Por Alberto Peláez
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Nunca olvidará don Juan Carlos de Borbón aquel 22 de noviembre de 1975. Ese día hacía frío. El calor de los parlamentarios envolvió a aquel apuesto joven que tendría, a partir de ese día, la responsabilidad de pilotar a España para llevarla a la modernidad.
Don Juan Carlos I tomó el timón. Fue el impulsor de la Constitución Española, frenó el golpe de Estado de Antonio Tejero, ayudó a erradicar el terrorismo de ETA y GRAPO y convirtió a España en un país de primer orden que el resto de las naciones comenzaron a respetar.
El Rey cargaba sobre su espalda cinco siglos de monarquía; diferentes tronos que reinaron en España durante más de 500 años. Fueron distintos reyes que reinaron de manera absoluta o democrática. Pero fue lo menos malo que le podría ocurrir a España. Gracias a la monarquía, hoy España pesa, y pesa mucho en el concierto internacional. Eso, en parte, es obra del Rey.
Han pasado los años, muchos desde que volvió la Corona a España, tantos como 43. Durante la dictadura de Franco, don Juan, el padre de don Juan Carlos, el Rey emérito, tuvo que exiliarse a Roma y a Estoril en Portugal. España se convirtió en una autarquía y desdeñó la monarquía y también la democracia.
Sin embargo, el tiempo todo lo cura, lo borra o lo enreda. Es lo que ocurrió con la monarquía en España. La juventud actual no entiende que un estamento tan antiguo pueda ser el garante de un buen Gobierno. Piensan que la monarquía es algo anacrónico, que huele a rancio y que ya no debería existir.
Hoy en día, en el Parlamento español, cerca de la mitad de los diputados son antisistema. Quieren acabar con el sistema establecido. Para hacerlo, necesitan dinamitar, primero, al estamento sobre el cual descansan los partidos políticos y el resto de las instituciones. Me refiero a la monarquía parlamentaria que la encarna la figura del rey Felipe VI, hijo de don Juan Carlos I.
Hay una pata de la silla que hace que la Corona se esté tambaleando. El riesgo de la separación de Cataluña primero y el País Vasco después, con respecto del resto de España. La monarquía tiene sentido en tanto que es la garante de la unidad de la patria. Una supuesta desunión se convertiría en el rejón de muerte para la Corona.
La última pata hace referencia a las “relaciones peligrosas” de algunos miembros de la Casa Real y a las actitudes dentro de ésta. Don Juan Carlos I reinó el país durante 39 años, y lo hizo con sabiduría. Sin embargo, el cortoplacismo de muchos ciudadanos hace que se le juzgue por los últimos cinco años de reinado. Fue ahí donde se descubrieron las supuestas comisiones del Rey fuera de España y sus relaciones extramatrimoniales. Todo ello golpeó de una manera directa a don Juan Carlos y lo dejó fuera del ajedrez político español.
Sus hijas tampoco han ayudado a la imagen de la Corona. Doña Elena se divorció hace años de Jaime de Marichalar.
Doña Cristina, su hermana menor, tiene en la actualidad en la cárcel a su esposo, Iñaki Urdangarin, por varios delitos de corrupción. Los grupos antisistema ponen ahora la mirada en doña Leonor, la primogénita del rey Felipe VI y la heredera del trono de España, y se encargan de hacer publicidad para que no reine. El actual monarca tiene un papel muy difícil. Sin embargo, es un hombre tan sagaz como su padre. De él dependerá la continuidad de la monarquía. Conviene recordar que los dos experimentos de República en España fueron un fracaso. La primera, en pleno siglo XIX, terminó con un militar entrando en el Congreso de los Diputados. La Segunda República concluyó con la Guerra Civil Española. Por eso antes de intentar cambiar nada, conviene recordar los efectos indeseables que hubo en las dos Repúblicas españolas.
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