Por Enrique Campos
Twitter: @campossuarez
Dicen que en los viejos tiempos del presidencialismo priista si al primer mandatario se le ocurría preguntar qué hora era, en automático le respondían que la que él quisiera.
Tal parece que ahora vamos hacia un régimen donde el mandamás va a preguntar cualquier cosa y le van a responder: lo que diga la consulta, mi señor.
Seguramente deberá pasar algún tiempo antes de que se pueda dimensionar el daño que la consulta sobre la construcción de un aeropuerto para la Ciudad de México trajo a la confianza, la economía, las finanzas y para el propio gobierno no nato de Andrés Manuel López Obrador.
El error de despreciar ese proyecto en marcha, a pesar de los costos, puede revertirse y replantearse. Pero lejos de aceptar que la cuarta transformación no es infalible, se profundiza en el error.
Poco ayudó a la alicaída confianza la muestra de poder de Ricardo Monreal y su propuesta antibancaria. Pero lo que realmente sella el ambiente de desconfianza en lo que viene es la siguiente consulta, ésa que se aplica este fin de semana para justificar una larga lista de gastos de dudoso financiamiento.
La consulta que se aplicará, con los mismos vicios del ejercicio sobre el tema aeroportuario, está compuesta por preguntas que son tan burdas que dan risa, si no fuera porque implican el compromiso de cientos de miles de millones de pesos del presupuesto que simplemente no tienen, por ahora, un respaldo en los ingresos.
El origen de este segundo ejercicio dirigido fue el Tren Maya, ése que carece de proyecto ejecutivo y mucho menos de un programa de impacto ambiental. La primera pregunta miente al respecto, porque asegura que no causará afectación al medio ambiente, cuando realmente no hay un estudio que así lo avale.
Los otros dos proyectos de infraestructura que se consultan tienen también información parcial e incompleta. El proyecto del tren transístmico y la refinería de asignación directa de contratos en Tabasco requerirían de mucha documentación francamente para expertos.
Y todo el resto es imposible oponerse en los términos en que está planteado, salvo que se trate de seres ruines e insensibles. ¿Quién con un poco de sentimientos puede oponerse a que se dupliquen las pensiones para los adultos mayores, a que bequen a los estudiantes de escuelas públicas, a dar capacitación y becas para dos y medio millones de jóvenes, a pensionar a personas con discapacidad, a garantizar Internet gratis y atención médica para todos?
Entre las cuestiones principales que omiten mencionar en este decálogo mandamientos del pueblo bueno está el origen de los recursos para pagar todo esto que plantean.
Seguro que no sólo los descorazonados tecnócratas de la mafia del poder se deben preguntar si alcanzará el dinero público para tantas bondades, sin provocar un desequilibrio financiero tal que nos lleve a todos, sin excepción, a una crisis económica de dimensiones mayores.
El Presidente electo dirá que es un mandato del pueblo y que estará obligado a cumplirlo al costo que sea. Este camino es
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