Latitudes
Por
Alberto Lati
Twitter: @albertolati

Para chocar con un pasado convulso, aquí no hace falta escarbar ni hurgar demasiado.

En Atlanta las heridas nunca cicatrizaron e incluso puede decirse que hoy supuran más que unos años atrás. Si Estados Unidos nació con afanes de representar un mundo tan nuevo como inocente y puro (sólo eso, meros afanes), en el sureño estado de Georgia la labor resulta más complicada.

Es el corazón de esta ciudad, quemado en la Guerra Civil como describiera primero la novela y luego la película “Lo que el viento se llevó”. Es la cercanía del estadio de futbol americano respecto a Cascade Springs donde se peleara la batalla de Utoy Creek, con el ejército del norte emboscando al del sur en unas trincheras hoy perfectamente reconocibles (aunque no marcadas por señalización alguna). Son las ruinas, color ladrillo con ceniza, de la fábrica de New Manchester, construida por manos esclavas y quemada por manos esclavistas cuando Atlanta caía tras ser sitiada. Son los pasos de Martin Luther King y ese sueño, tan emblemático en sus discursos, que todavía no es más que una realidad a medias. Es la nación que no había estado tan polarizada en muchas décadas, con una integración de grupos étnicos poco evidente en este estado: los afroamericanos por un lado, los blancos por el otro, cada cual su esquina de la ciudad. Es la bandera confederada, desempolvada desde que el candidato Trump triturara la noción de lo políticamente correcto, ondeando en muchos puntos de las afueras de esta capital, personas tan aisladas que en algún caso no me entendieron ni la palabra “gracias”.

Y todo eso con un espectáculo deportivo que, si mantenía determinada carga de ingenuidad, la perdió en el trato otorgado a Colin Kaepernick por la NFL. Ese jugador del que Barack Obama dijera “parte de lo que hace especial a este país especial es que respetamos el derecho de la gente a tener una opinión diferente y decidir cómo quieren expresar sus preocupaciones” y del que luego Donald Trump se autocelebrara como causa de su desempleo (“temen que si lo contratan les mande un tweet agresivo”).

En Altanta, donde cada paso transpira Guerra Civil, con frustraciones blancas por lo que ya no es y rencores negros por lo que nunca ha sido; donde Martin Luther King notara la diferencia al serle prohibido a un niño blanco jugar beisbol con él; donde ante algunos de los corporativos más poderosos del planeta hay niveles de pobreza muy evidentes; donde los estadios tienden a durar 20 años, si se considera que el Turner Field, tan de vanguardia a fines de los noventa ya está hoy en desusoÔǪ, en esa misma Atlanta este domingo se colocaron los ojos de centenas de millones de personas.

Se colocaron y si giraron un poco la mirada, habrán sabido: que no hacía falta sacar palas de arqueólogo para topar con resentimiento y división; que, Kaepernick al margen, están a la vista de quien se atreva a ver

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