Bérgamo, región más afectada de Italia por la pandemia de Covid-19, en donde las ambulancias y las morgues no paran de recoger muertos por la enfermedad; la gente puede sólo salir de sus casas para ir por comida, medicinas o al trabajo.
Las fábricas, tiendas y escuelas están cerradas. Ya no hay más pláticas en las esquinas o en los cafés. Pero lo que no se detiene es el sonido de las sirenas.
Como las alertas de ataques aéreos en la Segunda Guerra Mundial, ahora son las sirenas de las ambulancias lo que muchos sobrevivientes de esta guerra recordarán.
“Recogemos muertos desde la mañana hasta la noche, uno tras otro, constantemente. Usualmente honramos a los muertos. Ahora es como una guerra en la que recolectamos las víctimas”, dice Vanda Piccioli, quien opera una de las casas funerarias todavía abiertas.
El sonido de las se acrecentan cuando se acercan para recolectar los cuerpos de padres y abuelos, quienes mantenían la memoria de Italia. Los nietos se despiden desde las terrazas y las esposas se sientan en las esquinas de las ahora camas vacías.
Y las sirenas vuelven a sonar, se desvanecen a medida que se alejan hacia los hospitales abrumados de pacientes con coronavirus.
Apenas el pasado 7 de marzo, Claudio Travelli, de 60 años, conducía un camión de entrega de comida alrededor de toda la parte norte de Italia. Al día siguiente, tuvo fiebre y síntomas de resfriado.
Relata que su esposa había tenido fiebre en días pasados, por lo que llamaron a su doctor de cabecera, quien recomendó que tomaran un medicamento para la fiebre y que descansaran. Además, el mes pasado, las autoridades italianas enviaban mensajes confusos sobre el virus.
Bérgamo, la región más afectada de Italia por pandemia de Covid-19; el pasado 19 de febrero,40 mil aficionados fueron a Milán para ver un partido de fútbol
En Bérgamo, una provincia de un millón de personas en la región de Lombardía, el pasado 19 de febrero, 40 mil personas de la ciudad, viajó a Milán para un partido de la Champions League entre Atalanta y Valencia.
Ante ello, el Alcalde de Bérgamo, Giorgio Gori, dijo que el encuentro había acelerado el contagio en la región. En ese entonces, Claudio Travelli y su esposa no pensaban que el virus fuera una amenaza seria, dijo su hija, “porque no lo presentaban como una cosa grave”, sin embargo, a Travelli no se le quitó la fiebre y se enfermó más.
Para el 13 de marzo, sintió una presión insoportable en su pecho. Su temperatura aumentó y su familia llamó una ambulancia.
Cuando llegaron los paramédicos, encontraron al hombre con niveles bajos de oxígeno en su sangre, pero, por consejo de los hospitales de Bérgamo, se quedó en casa.
Pasó una noche con ataques de tos y fiebre. El domingo, Claudio Travelli despertó llorando, diciendo, “Estoy enfermo. Ya no puedo más”, contó su hija. Tomó más medicamentos para la fiebre, pero su temperatura seguía creciendo y su piel se tornó amarilla.
En esta ocasión, cuando llegó la ambulancia, sus hijas, ambas con guantes y mascarillas, empacaron una bolsa con un par de pijamas, una botella de agua, un celular y un cargador. Sus niveles de oxígeno se habían desplomado.
Paramédicos de la Cruz Roja lo llevaron en la ambulancia. Sus nietas, de 3 y 6 años, se despidieron desde la terraza adornada con banderas italianas. Luego, la ambulancia se marchó y no hubo nada más que escuchar.
Claudio Travelli terminó en el hospital Humanitas Gavazzeni, donde, después de un falso negativo, dio positivo al virus. El hombre sigue con vida. Sin embargo, muchas personas están muriendo tan rápidamente que las morgues no pueden con el ritmo.
El equipo que recogió a Travelli había empezado a trabajar temprano esa mañana.
A las 7:30 horas locales, un grupo de voluntarios de la Cruz Roja, se reunía para asegurarse que la ambulancia estuviera limpia y con oxígeno. Así como las máscaras y los guantes, los tanques se han vuelto un recurso escaso. Desinfectan la ambulancia minuciosamente.
“No podemos ser el untore”, dijo Nadia Vallati, voluntaria de 41 años.
Se refería a los “unctores”, sujetos sospechosos de esparcir el contagio de la peste en el siglo 17.
Después de desinfectar, Vallati y sus colegas esperan por un llamado desde los cuarteles para empezar a trabajar. Nunca toma demasiado tiempo.
Muchas morgues han cerrado, abrumadas.
La hipoxemis, o bajo oxígeno en la sangre es uno de los más grandes peligros para los pacientes de coronavirus. Las lecturas normales en una persona son entre 95 y 100. Los doctores se preocupan cuando llegan a 90.
Según Vallati se ha encontrado enfermos con niveles de 50. Tienen los labios azules y sus dedos se vuelven morados. Toman constantes, profundos respiros y usan los músculos de su estómago para jalar aire. Sus pulmones están muy débiles.
Relata que aquellos sospechosos de estar infectados son llevados a los hospitales, los sanatorios no son un lugar seguro.
En tanto que este fin de semana, un grupo de doctores de un hospital de Bérgamo publicó en un artículo junto con The New England Journal of Medicine que los hospitales podrían ser el mayor foco de contagio de Covid-19.
Aseguran que las ambulancias y el personal se infectan, pero quizás no muestran síntomas y esparcen el virus. Por eso, los médicos urgieron a dejar en casa a los enfermos y atenderlos ahí o en unidades móviles.
Sólo habría que llevar a los pacientes al hospital cuando sea absolutamente necesario.
Fuente: The NYT News Service