Más que una discusión técnica, lo que presenciamos ayer en la Cámara de Diputados fue un concurso de epítetos, adjetivos, amenazas nada veladas, consignas y dogmas.
La diputación de Morena, que tenía la oportunidad de aterrizar en un lenguaje común una iniciativa tan técnica que muchos de sus legisladores (y de la oposición) ni siquiera entendieron, se dedicó a amenazar con el petate de la basura histórica.
Desde el inicio del debate, los legisladores del grupo mayoritario repitieron, en cada intervención, como si fuera un mantra, que la oposición debía decidir si estaba a favor de México o a favor de las empresas saqueadoras.
Pero lo básico, lo auténticamente básico, era explicar cómo la aprobación de la iniciativa se traduciría en automático en una reducción de tarifas para los segmentos de población más pobre.
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Esa era la cuestión.
Pero los diputados morenistas se dedicaron a defender “la soberanía energéticaÔÇÖÔÇÖ (el Estado nunca la ha perdido) y el rescate de la Comisión Federal de Electricidad.
Tampoco pudieron defenderse del por qué, pese al compromiso del presidente Andrés Manuel López Obrador, no han podido bajar los precios de las gasolinas y el gas, de lo que se valió la oposición para cuestionar el dictamen de la reforma eléctrica.
El debate -que no concluía al cierre de esta edición y que se esperaba se prolongara hasta la madrugada-, arrojó pocos datos técnicos para que la población realmente se pudiera informar sobre los pros del dictamen, en lugar de escuchar una y otra vez el discurso abstracto sobre la “defensa de la soberanía energéticaÔÇÖÔÇÖ.
Si, como era de esperarse, en la madrugada Morena no alcanza la mayoría calificada en San Lázaro, habrá perdido no “una simple votaciónÔÇÖÔÇÖ, como trató de minimizar Oscar Cantón, sino una de las discusiones públicas más importantes del sexenio.
López Obrador habría perdido un round con el que pensaba pasar a la historia.
¿De quién será la responsabilidad? ¿De la notable falta de oficio político de Ignacio Mier y Sergio Gutiérrez Luna, incapaces de negociar con la oposición? ¿De la nula interlocución de Adán Augusto López, dedicado más a la promoción de la consulta de revocación que a la búsqueda de consenso con la oposición?
¿O del propio López Obrador, quien desde la presentación de la iniciativa advirtió que no toleraría el cambio “ni de una comaÔÇÖÔÇÖ?
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Quizá López Obrador haya perdido la votación de una de sus iniciativas más importantes, pero ganó un tema que le dará para lo que resta de su administración.
Porque el hecho de que la reforma eléctrica haya hecho corto en San Lázaro, gracias a la unificación de la oposición, lo transformará no en un acto libre y soberano del Legislativo, sino en un acto de traición a la patria, al pueblo bueno y sabio.
¿Qué tanto impactará en las preferencias electorales de ambos bandos?
Pues estamos a semanas de conocerlo, cuando los ciudadanos de seis estados salgan a votar por sus nuevos gobernadores, presidentes municipales y en algunos casos de diputados locales.
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Rosario Ibarra de Piedra fue una luchadora en toda la extensión de la palabra.
Respetada por propios y extraños, Ibarra debe ser considerada no solo como una luchadora social en busca de su hijo, sino como una de las grandes impulsoras del cambio político en el país.
Su legado y su nombre ya tienen un lugar de privilegio en la historia moderna de este país.
Descanse en paz.