Por Jaime Bayly, diletante profesional peruano, me pude enterar hace no mucho del episodio que propició el desencuentro de dos grandes escritores latinoamericanos: Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa; cuando el más chico de los dos le propinó un puñetazo al otro. Intrigado por conocer los pormenores del asunto, y por chismoso, echando mano de su ocupación y contactos, el autor de “No se lo digas a nadie” procedió a interrogar a ambos laureados con el Nobel y a gente de su entorno, para hacerse de cuantos retazos pudo de esta novela de la vida real.
Pasó todo por escrito en una obra que lleva de nombre “Los genios”, la cual compendia algunas anécdotas bien hiladas, que nos ayudan a imaginar los perfiles de quienes sirvieron como inspiración para los geniales personajes del autor peruano. Desfilan muchos nombres, a los que se les rinde un adecuado y merecido culto. Y claro, pues el texto se debe a ellos.
Después de acabar con fruición este libro, pensé, como Nicanor, que tal vez sería conveniente leer un poco más de la obra Gabo y Marito. ¿Por dónde entrar a ese laberinto?
Apenas y he leído algo de la pluma del piurano mayor, hay algo de él que a priori no me cuadra, quizá tenga que ver con su lugar de nacimiento. Eso sí, “Los cachorros” me pareció una lectura tan ardua como satisfactoria. Por otro lado, García Márquez me cae bien, pero su omnipresencia, como tiende a sucederme con tantas otras cosas, me provoca cierto rechazo.
En la uni tuve oportunidad de conocer sus textos periodísticos, “Miguel Littín, clandestino en Chile” es algo digno de ser emulado por siempre; de su vertiente histórica, el retrato que hizo de Bolívar no fue tanto de mi agrado, pero sí causó una fuerte impresión. Quizá era la intención, pero me dije ¿a poco sí es pa’ tanto? Luego de leer “Cien años de soledad”, me despojé de toda duda.
En agosto nos vemos
Cuando se anunció con bombo y platillo la aparición de una nueva novela cuya autoría se le atribuye al oriundo de Aracataca, y siendo el legado literario una de mis grandes fascinaciones, supe que ésta no podría eludir mis manos y ojos.
Conversando con mi tío y un grupo de buenas amigas, reflexionamos en torno a los motivos ulteriores detrás de esta publicación póstuma. ¿Puro ardid publicitario o genuino interés de compartir algo digno?
Así me di cuenta que lo que a mí me interesaba era leer la novela, descubrirla. Eso hice, y aprovechando que llegamos a la fecha en que año con año Ana Magdalena Bach emprende su viaje a alguna isla caribeña (que en mi mente es Cozumel o Isla Mujeres), los invito a ustedes a hacer lo propio y dejarse llevar por sus páginas. A mí me satisfizo, pero como dijera nuestro columnista de los martes: Usted tiene la última palabra.
Honores a la bandera
Este año mi autor predilecto habría cumplido 80 años el lunes. Mi abuelo, del que no tengo la sangre pero sí el apellido y todo lo demás, llegó a tal hito esta semana. Con él un día tomamos los “Doce cuentos peregrinos” para desentrañar los misterios que se planteó resolver en torno a los latinoamericanos el bueno de Gabo, y dejamos el tema inconcluso. Como todavía estamos a tiempo, eso volveré a hacer prontamente, pero antes toca gozar. La próxima semana (de agosto) nos leemos.