Sin duda que el Gobierno de Andrés Manuel López Obrador ha sido intenso desde el inicio hasta el final; literalmente hasta sus últimas horas. Apologistas y detractores no podrán negar que se trata de una verdadera recomposición del sistema político mexicano. El anhelo de un pueblo empobrecido, traicionado por la promesa de cambio del año 2000, se empezó a cumplir con el proyecto de transformación de 2018.
Lo que México vive es, sin duda, una revolución política electoral; referencia mundial en cuanto a evolución política y, principalmente, como una opción al neoliberalismo, cuyos efectos negativos han afectado tanto a países ricos como pobres. Después de cuatro décadas de un solo modelo de desarrollo y del llamado “fin de las ideologías”, ahora se habla de dos proyectos de nación; el viejo régimen ha quedado al desnudo y rebasado. Repito: estemos a favor o en contra los hechos son contundentes.
Los mismos países europeos, de primer mundo, sufren ahora mismo los embates de un modelo económico que ha empobrecido a sus clases medias, ha destruido sus sistemas de salud y educativos, un modelo que no ha sido promovido por algún país en particular, aunque tenga epicentro en Estados Unidos, sino por los mega capitales globales, que asumieron los controles de los gobiernos nacionales y de los poderes dentro de los mismos países.
La dimensión del efecto obradorista aún no la podemos valorar en su dimensión histórica, porque además, faltan los próximos seis años de Claudia Sheinbaum, continuadora del nuevo proyecto de nación, cuyas bases apenas se están instalando, bajo un fuego mediático y legal, que hasta el momento no ha sido suficiente para frenar al nuevo modelo.
AMLO: Aprobación del 70%
López Obrador cierra su gobierno con 73 por ciento de aprobación, según una encuesta encargada por El Universal, “un fenómeno” según la encuestadora Buendía y Márquez “a pesar de las campañas en su contra”.
Un fenómeno que no existe en ninguna otra parte y debido a su éxito es referencia en todo el mundo, en donde el modelo neoliberal no ha encontrado una opción tan estructurada ideológica y políticamente.
El tema es la continuidad
Con respecto a la próxima presidenta de México, no cabe duda que López Obrador logró concretar una jugada de alta maestría política; Claudia Sheinbaum tiene las mismas convicciones, comparte el proyecto, ella misma formó parte de su fundación y su perfil proveniente de la lucha estudiantil la hace un personaje, como ella misma enarboló en campaña, que llega a la Presidencia con el proyecto de “construir el segundo piso de la transformación”.
Sin embargo, un punto débil, el talón de Aquiles, es el partido político que acompaña este proceso y, mucho peor, las rémoras acompañantes de la camarilla de camisa verde con cuello blanco y toda la basura del viejo régimen corrupto que ya está en la dirigencia y cargos de poder morenista.
Hasta ahora, Morena no ha marcado la diferencia, ni ha estado a la altura de su fundador y caudillo, Andrés Manuel López Obrador, al contrario, ha sido un lastre, que en mucho sentido contradice en su acción y expresión los principios del obradorismo.
Brecha entre morenismo nacional y estatal
Sobre todo es en los estados, donde la brecha entre el morenismo y el obradorismo es abismal.
Este será uno de los retos fundamentales de la transición hacia el segundo piso de la transformación, ya que Morena está tan cerca de AMLO pero tan lejos de los principios de la cuarta transformación. Usted tiene la última palabra.