Después de una intensa semana en la que miembros del panel de la Corte Interamericana de los Derechos Humanos se refirieran a la reforma judicial como un ejemplo de abuso de poder de Estado, o como una regresión jurídica en materia de derechos humanos que transgrede al principio de Inter-independencia de poderes y que vulnera la figura de la división de poderes al ser invadida en su totalidad por los otros dos, en una jugada de libro, según dijeron, en contra del desarrollo de los estados democráticos modernos, el Gobierno federal a través del Instituto de la Juventud, tuvo a bien saturar las redes sociales con una campaña dirigida a jóvenes recién egresados para convocarlos a participar en el proceso de selección y elección de jueces, magistrados y ministros del Poder Judicial Federal.

Y dentro de todo ese devenir de declaraciones, me llamó mucho la atención un artículo de Leticia Bonifaz titulado ¿Jueces jóvenes?, en el que señala lo siguiente: “Algo que debería ser muy serio se presentó con imágenes infantilizadas de conejitos de corbata y moño con la sala de plenos de la Suprema Corte al fondo. Un despropósito que nos lleva a la pregunta de si puede cualquier joven recién egresado ser juez, magistrado o ministro. Todo indicaría que con el esquema actual sí, pero se esperaría que en parte de ellos cupiera la prudencia. Los recién egresados no están preparados para ser jueces, por más brillantes que sean”.

Un artículo escrito por una mujer que ha representado a México en el ámbito jurídico internacional innumerables ocasiones y que ha sido autora de diversos libros de derecho, defensora de derechos humanos y catedrática de la UNAM con más de 30 años de trayectoria en docencia, investigación y servicio público debería ser considerado por quienes aducen tener el monopolio de la razón.

Un párrafo que no tiene desperdicio del texto de la doctora es el siguiente: “En el derecho, como en otras disciplinas, se aprende haciendo. En la tarea jurisdiccional es indispensable aprender, entre otras cosas, argumentar y valorar pruebas. El oficio no se aprende de la noche a la mañana. Alguien experto te guía y te vas formando paulatinamente. Los jueces, magistrados, y ministros, al final, son quienes deciden a partir de los proyectos que les presenten sus secretarios. El juez normalmente sabe más y orienta el sentido del proyecto. En el sistema que se propone es altamente probable que haya secretarios mejor formados que los jueces”. Obviamente en décadas.

Esta fórmula planteada es desde el ejercicio del litigio cien por ciento verdadera. Todas y todos aquellos abogados postulantes tienen claro que así es como funciona, y que los jueces federales, hasta el día de hoy, son un árbol de sabiduría jurídica derivada de las décadas de aprendizaje a las que han sido sometidos en el Poder Judicial Federal, con posgrados acumulados a lo largo de los años y con un profundo conocimiento de los criterios emanados de los tribunales colegiados y de las salas o el pleno de la Corte. 

Esta situación pareciera un despropósito para un poder que debe ser muy distinto al legislador. En el Poder Legislativo no se requiere de mayores competencias. Como lo hemos constatado, el legislador promedio no conoce de derecho, aunque construye derecho y por ello, en la mayoría de los casos, se guía de asesores jurídicos que por lo general le dicen qué debe hacer al representante político del pueblo, aunque en muchos casos, éste no tenga la menor noción de aquello que propuso y que votó, por ello se creó el control constitucional. 

Es un sistema democrático perfecto que permite la participación de todas las personas, salvo por el papel de los partidos que deberían realizar las cribas correspondientes para proponer a personas con competencias adecuadas para el cargo. El Poder Judicial requiere de los más y mejores capacitados en las diversas ramas del derecho porque de sus decisiones dependen la libertad, los bienes y el futuro de millones de personas y empresas, nacionales y extranjeras, y, por ende, un tema como éste, trasciende nuestras fronteras porque de ello depende también la certeza jurídica de las inversiones extranjeras.

En este sentido, quienes además hayan sido formadores en licenciatura y posgrado, sabemos perfectamente que para adquirir toda esta información hacen falta muchos años más que los cinco de licenciatura o los casi diez de licenciatura, maestría y doctorado, y que es un hecho imposible si no se cuenta con la práctica y la actualización constante, por ello, considero que las premisas escritas por la doctora Bonifaz son de la mayor relevancia.

El conocimiento y las competencias para poder ser un juzgador federal son imposibles de ser adquiridas solamente con una licenciatura y sólo cinco años de experiencia; por ello, la campaña de los conejitos le quita seriedad al ejercicio del derecho y a uno de los tres poderes en la concepción del Estado moderno, dice mucho más de lo que parece para quienes nos tomamos con seriedad la cosa pública. 

Marco Tulio Cicerón en su Tratado de las Leyes, nos dice que “Los magistrados son necesarios. Sin su prudencia y su celo no puede existir la sociedad, y en la determinación de sus facultades descansa todo el organismo de la República”. Y esta misma tesis se aborda mucho tiempo después en el “El Leviatán” de Thomas Hobbes, quien hace referencia a que el hombre es malo por naturaleza y que parte del contrato social es precisamente la existencia de un ente que diga el derecho (juris dictio) para mantener el orden social. Bien dice el clásico principio jurídico “Iura novit curia” expresión jurídica que refiere que el Tribunal conoce el derecho, mismo que se relaciona con otro principio que versa “Ius semper loquitur”, el derecho siempre habla, pero para escucharlo hay que conocer el idioma y sus diversas acepciones, y allí se encuentra una de las fallas más profundas del sistema a aplicarse en los próximos meses, porque sin temor a equivocarme los conejitos no van a poder comprender lo que el derecho quiere decir una vez fijada la litis, y allí sí, comenzará el verdadero problema de la justicia mexicana y mientras continúen así las cosas (Rebus sic stantibus), la justicia seguirá como siguen las cosas que no tienen mucho sentido.

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