El pasado fin de semana tuve la oportunidad de volver, por primera vez en este 2025, al Teatro 8 de Octubre para ver dos obras de estilos muy distintos. El recinto cuyo nombre hace alusión al día en que se celebra el cumpleaños de nuestro bello estado cuenta desde hace ya unos meses con una cafetería, que no había podido conocer, lo que hizo más agradable la espera previo a El acto de desaparecer, obra de manufactura playense, que ofreció sus funciones en este espacio, en una parada más de la gira que llevan actualmente.

Ahora les hablaré de mi experiencia, ¿pues de cuál otra podría hacerlo? Lo que yo me esperaba, era justo un espectáculo teatral de terror e ilusionismo, como se promocionaba en los carteles que pudimos ver en redes sociales y que mucha expectación crearon en mi pequeño hogar. Algo de magia, suspenso y detalles escabrosos que nos pusieran la piel chinita. Si bien no acostumbro ser parte de este tipo de eventos, pensé que nada malo podría pasar probando algo nuevo.

No estaba equivocado, pero como dijeran los Changos del Ártico: la anticipación tiene el hábito de causar decepción.

Ahora entiendo que el afán era atraer a incautos. En realidad esta es una creación que combina terror, magia, títeres y algunas cosas más con el propósito de dialogar en torno a un mal que continúa lacerando nuestra sociedad: los desaparecidos.

Apofenia

Algo debí haber sospechado de arranque cuando en la presentación del maestro de ceremonias, el prestidigitador Creonte --tocayo del tirano de Tebas que prohibió el entierro del hermano de Antígona--, se detalló su carrera iniciada en 2006 y en cuyo máximo esplendor lograra hacer desaparecer a 43 personas al mismo tiempo. Los nombres y cifras pocas veces son fortuitos.

La obra cuenta con la participación del público y en dado momento se ve interrumpida por algunos sucesos que no revelaré para no quitarle la oportunidad a alguien más de sorprenderse por ella. Pero fue justo con estos cortes que me fui alejando de lo que estaba siendo representado frente a mí.

Los mejores actores, a mi entender, son aquellos que no fingen sino que realmente reaccionan, dan vida al espacio que el guion delineó en mayor o menor medida. Si alguien está diciendo algo y el otro de inmediato sabe qué responder, o hace como que lee cuando en realidad se sabe de memoria el texto, hay algo que me incomoda.

En los últimos tiempos se ha hecho muy común el recurso efectista de romper la cuarta pared, hacer partícipes a quienes se sientan en las butacas y generar una cierta interacción que por momentos pareciera más un acto de inclusión forzada, que en vez de impresionar, es redundante. En esta ocasión, sin embargo, tuvo un buen desenlace.

Al concluir la obra, se nos invitó a quedarnos a una charla con el elenco actoral y quienes estuvieron detrás de toda la producción de este enorme esfuerzo, y aquí las mujeres tomaron la palabra y compartieron con gran crudeza algo de lo que implica vivir en un lugar en el que desaparecer no es sólo un acto de magia. Ahí el terror se volvió palpable. Con eso me quedo. De la otra obra que vi, ya les contaré después.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *