La primera vez que presencié teatro musical en vivo, fue cuando me llevaron al Centro Cultural 1 (¿o habrá sido el 2?) a la puesta en escena de Billy Elliot, con una traducción de la que se encargó René Franco. Aunque no tildaría su trabajo de “asqueroso” como pude leer en algunos comentarios todavía disponibles en internet, sí que me parecieron ridículas varias de las expresiones que se utilizaron para que el público mexicano comprendiera la década de los ochentas en el nordeste de Inglaterra.

El uso de groserías en momentos innecesarios, y otros detalles que no venían al caso, fue de lo que más me marcó de entrada de aquella experiencia; pero a partir de ahí, ahora que lo pienso y sin darme cuenta, comencé a apreciar de un modo distinto la simbiosis entre música, actuación y baile.

Si bien Emilia Pérez no es una obra teatral, ni está inspirada en texto dramático alguno (que yo sepa), sí tiene momentos musicales que pueden sacar de onda a cualquiera, y si el espectador en cuestión es hispanohablante, más aún. Entiendo que Zoe Saldaña y Selena Gómez cometan atropellos con la lengua de Cervantes, pero que la actriz que interpreta al personaje principal (compatriota del Manco de Lepanto) no tenga empacho en expresar una barrabasada como con la que titulé esta columna, me parece digno de análisis.

Cosa que no haré en esta ocasión.

Sur global

Cuando uno hace parte de un sector del mundo que no domina el discurso, el pan de cada día consiste en ver su cultura empleada de las maneras más erradas posibles. No quiero decir con esto que nos conformemos, sino que critiquemos pero sin rasgarnos las vestiduras, lo cual me parece sería incluso un mayor desacierto. Hay que sacar la mirada del ombligo propio (que aunque sea este el de la Luna, es un mero hoyito) y aprovechar para reflexionar en torno a cómo nos perciben de lejos, e ir escribiendo de a poco un volumen que se llame: Los mexicanos vistos por otros que no sean ellos mismos.

Ya lo de las nominaciones al Oscar, ¿a alguien le sorprende realmente?

Panadería de pan

De este tipo de cosas estamos rodeados todos los días y a nadie veo rompiendo cristales de los establecimientos. Por eso digo que usted sea libre y ría, acuda al cine, compre sus palomitas y juzgue por cuenta propia la película de la que hablo. No le garantizo nada. De no quedar conforme le invito a visitar una librería de libros, tomar el ejemplar que le guste y si tampoco esto se le antoja, ¿qué me dice de una ida al teatro?

Si usted es de los que dice con firmeza “Yo vivo en Cancún”, se va a arrepentir si deja pasar la oportunidad de ver la bellísima Ícaro, que este sábado y domingo se volverá a presentar en el Teatro de la Ciudad a las 8 p. m. y 6 p. m., respectivamente. Si ya la vio, el domingo a las mismas 6 p. m. pero en el 8 de Octubre se presentará una obra sobre el monotema en este país: los desaparecidos. Si no alcanzo boletos para la segunda, quizá le dé una chance ahora a The Joker 2 o escuche más a Lázaro Cristóbal Comala, ya veremos. Es lo que es, y hay lo que hay, tú te vas a la paz, yo me quedo al terror de saber que no hay un solo dios o al menos no para los dos. Me hace bien no pensar que esto también me va a cansar. Ahora estoy más cerca de mí.

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