La calidad moral de un organismo que opera los golpes de Estado blandos en América Latina; su arma principal, el lawfare impulsado con las oligarquías nacionales; casos recientes: Perú, Bolivia, Ecuador y antes con Lula y Kirchner.
Como generación estamos viviendo un cambio de ciclo largo, el fin del orden mundial de la posguerra de mediados del siglo XX. Los pactos entre las naciones después de la Segunda Guerra Mundial crearon la ONU, la OEA, la OTAN y diversos organismos especializados como la Unesco, en educación y cultura; la OMS, en salud; y así otras actividades para el desarrollo armónico y feliz prometido.
De algún modo eso funcionó en la medida que dichas organizaciones sirvieron más para el control político y la acumulación de capital, con la hegemonía casi absoluta de Estados Unidos en su papel de “primera potencia mundial”, acompañado de otras seis u ocho potencias globales.
Pero el progreso no llegó para las mayorías, ni siquiera la pobreza se erradicó, sólo se transformó y en muchos casos se agudizó; el control requirió cada vez más el uso de las armas, golpes de Estado, dictaduras militares y, lo más reciente, golpes de Estado blandos o lawfare, para derrocar Gobiernos incómodos con el uso de las armas de las leyes y los medios a través de los poderes judiciales. La OEA ha legitimado junto con las oligarquías nacionales golpes de Estado en casos recientes como: Perú, Bolivia, Ecuador y antes con Lula y Kirchner.
El control político
La OTAN fue y es el brazo militar de las potencias y la OEA el brazo político para el control de los Gobiernos que se quisieran salir de las reglas y buscaran mejores condiciones para sus pueblos.
Pero todo este orden se está desmoronando. Esas organizaciones internacionales han perdido no sólo su calidad moral, sino su credibilidad y cada vez son más patéticas. Esto se está acelerando con la llegada de Donald Trump a la presidencia del país más poderoso del mundo, que está dejando de serlo. Se está desmoronando internamente en lo moral; una sociedad enferma y adicta; la economía más endeudada del mundo; niveles de pobreza y hasta de miseria interna; Trump es consecuencia de esa decadencia. Está evidenciando de manera burda que su país ya no es tan poderoso y tiene grandes problemas por el modelo que empobreció al mundo y que terminó por empobrecer al mismo Estados Unidos.
Las elecciones del Poder Judicial en México le rompen el esquema a los cuadrados de la OEA. Lo mismo sea Luis Almagro, o el actual Albert Ramdin. Ellos están acostumbrados a tratar con las élites, tanto ministros como grandes empresarios en las naciones; desde el escritorio pueden estrangular a cualquier Gobierno que haya ganado unas elecciones; las elecciones son de juguete; basta que un ministro “desconozca” a un presidente para derrocarlo e incluso meterlo a la cárcel y colocar en su lugar a alguien que responda a esas élites geopolíticas-empresariales.
Es completamente explicable que la OEA no esté de acuerdo con las elecciones de jueces, magistrados y ministros, con las que México es ya una referencia, independientemente de las partes criticables. Por eso “no recomienda replicar la elección judicial en otros países”. Que conste, no está “imponiendo” sólo está “no recomendando”. De esa dimensión es la elección que acabamos de vivir en México.
Desde principios de este siglo estamos viviendo un cambio de época; como generación somos privilegiados de ser testigos de ello. La elección pudo haber sido mejor y es perfectible; recordemos que es política y todo tiene una intención y nada queda a la ingenuidad.
La presidenta Claudia Sheinbaum ha expresado un posicionamiento firme, cuyo desenlace aún está por verse y se junta este tema con las redadas masivas que han generado una reacción de la comunidad latina y mexicana en Paramount.
Es una doble crisis inédita que requiere un manejo diplomático con fuerza serena; cabeza fría; la Presidenta saldrá seguramente fortalecida y muchos al interior de ese gran condominio que se llama 4T quisieran verla debilitada para poder hacer de las suyas. Por eso es importante una expresión de respaldo nacional ante el embate de un organismo caduco y decadente, pero con el peligro de un coletazo que podría hacer algún daño. Usted tiene la última palabra.