El 30 de junio de 1982, Sepala Ekanayake viajó a la capital de la India, Nueva Delhi, acompañado de un grupo de amigos (o cómplices) y esperó la llegada de un avión que venía de Roma con destino final en Tokio. Consiguió hacerse de un asiento en el Boeing 747 de Alitalia, y en pleno vuelo emprendió su plan.

En una carta que entregaría al piloto de la aeronave, pasó por escrito sus demandas, las cuales consistían básicamente en que trasladaran a su esposa e hijo, ambos residiendo en Módena, al aeropuerto de Bangkok, junto con una cuota de rescate de 300 mil dólares. Ah, y si el gobierno de Roma no cumplía sus demandas, amenazaba con hacer explotar el avión con todo y sus 340 tripulantes por medio de las más sofisticadas bombas de manufactura italiana.

Ante tamaña responsabilidad, el capitán Amarosa, decidió no desestimar estas palabras y dirigió los motores hacia la capital tailandesa. Informó que la nave a su cargo había sido secuestrada y muy pronto, Anna Aldrovandi y Free Ekanayake fueron desplazados desde Europa a Asia para reencontrarse con su marido y padre, a quien le había sido denegada su visa.

En 30 horas quedó saldado el asunto. Por sorprendente e inverosímil que parezca, la realidad es que se le entregó el dinero requerido al ciudadano ceilanés y en cuanto éste escuchó la voz de su hijo de cuatro años por radio, procedió a soltar a los rehenes.

El desesperado hombre tuvo comunicación con el embajador de su país en Tailandia, quien le aseguró que podía volver sin problemas a Sri Lanka. Así que con su familia ya reunida, viajó a Colombo, los registró en el Hotel Intercontinental y depositó 299 mil 700 dólares en una cuenta de banco el 3 de julio, día en que fue detenido por la Policía local debido a una denuncia hecha por cierto diplomático extranjero que lo acusaba de traer consigo dinero malhabido.

Ya con el autor del secuestro tras las rejas, se repatrió a la madre y al menor al país de la Bota. El Parlamento de la isla en el Océano Índico debió cambiar las leyes ex profeso para poder juzgar adecuadamente el incidente y el proceso en su contra comenzó justo un año después, el 30 de junio de 1983. Como resultado, se le dictó sentencia de tres años de prisión por el secuestro, y dos años más por la posesión de capital que sería devuelto a la aerolínea italiana.

Julio negro

Durante su estancia en la cárcel de Welikada, le tocó ser parte de uno de los episodios más oscuros de la humanidad, en el que prisioneros de la etnia cingalesa aniquilaron con palos y cuchillos a 53 tamiles que estaban acusados de cometer actos de terrorismo. Se especula que los guardias colaboraron en esta terrible matanza, que fue tan sólo una de las múltiples ocurridas durante el llamado Julio Negro de Sri Lanka.

Sin que se aclarase nunca del todo su participación en la masacre y en más sucesos carcelarios, Sepala Ekanayaka finalmente volvió a ser un hombre libre en 1989. Se casó de nuevo, emprendió como guía de turistas y hasta escribió un libro, del cual nada puedo contar hasta el momento porque tal y como lo fue para su hijo Free (con quien se reunió 16 años después de los hechos de 1982), el cingalés es un idioma incomprensible para mí, pero uno nunca sabe.