Como muchos niños de los años 90, parte de mi educación me la dio la televisión. Cada verano iba a Morelia con mi tía y pasábamos los fines de semana viendo el futbol mexicano. Los viernes, los Tecos. Sábado a las 15:00 horas, Toluca, Veracruz o Jaguares, a las 17:00, Cruz Azul, Tigres o Monterrey, después el Celaya y a última hora el Atlas. Los domingos al mediodía eran de Pachuca, Pumas y Chivas; y a las 16:00 horas Santos, León y América. Algunos cambiaban, otros estaban de fijo, pero era el ritual de cada semana, uno que daba seguridad a todo un país.
La semana más emocionante no era la de la final, sino la última jornada, cuando todos los partidos se disputaban a la misma hora. Se definían los clasificados a la Liguilla y la posición en la tabla se movía a cada segundo. Una vez al año también se concretaba el trágico descenso. Casi siempre lo peleaban Celaya, Puebla, Veracruz, Atlante, León, Irapuato y Toros Neza. La parte alta estaba reservada para Toluca, Santos, Pachuca, Atlas, Cruz Azul, América, Chivas, Pumas y algún otro que de cuando en cuando se colaba: ¡Los Canarios del Fantasma Figueroa!
De la Primera A se escuchaba hablar de nuevas y misteriosas plazas como Culiacán, La Piedad y San Luis, de equipos ascensor como Veracruz, Irapuato y Puebla o de clubes con mucha tradición como Correcaminos, Leones Negros, Zacatepec y Tampico-Madero. Cada plaza y cada equipo tenía su función y su carisma. Muchos lloramos con el Loco Abreu el trágico descenso de Dorados y nos emocionamos con el gol in extremis de Ruidíaz que salvó al Morelia en el Tec. Nos deleitamos con el Toluca de Cardozo y el Santos de Borgetti y nos aburrimos con el Necaxa de Arias. Seguimos, de reojo, cada semana la lucha por la permanencia. Vibramos con el Pachuca en la Sudamericana y con los Niños Héroes del Atlas de La Volpe en Libertadores. Nuestra liga mexicana era una verdadera liga. No era perfecta, pero era un conjunto y era mexicana, hasta que dejó de serlo.
Hoy está secuestrada por los intereses del mercado norteamericano. Los clubes son rehenes al servicio de la MLS. Se nos intenta vender la idea de que un América vs. LAFC o un Tigres vs. Miami es más interesante que un León vs. Irapuato o un duelo por no descender. No lo es. El Sergio León Chávez de Irapuato no tiene nada qué pedirle en aliento a las segundas o terceras divisiones de Argentina o Inglaterra. Los dueños mataron el arraigo y tradición de plazas y rivalidades locales que se forjaron durante décadas.
Sin ascenso ni descenso ¿qué interés puede tener ver un partido del Querétaro, Puebla o Mazatlán?, ¿qué pasión hay en irle a San Luis, Tijuana o Juárez?, ¿con qué entusiasmo alguien de Morelia, Celaya o Culiacán va a un estadio a sabiendas de que no hay ascenso? ¿A qué aspira hoy un aficionado a Pumas o Chivas? ¿Qué piensa el aficionado de Torreón al ver a su equipo desangrarse? ¿Otro América vs. Cruz Azul? ¡Por Dios, no!
El aficionado ni siquiera tiene la certeza de saber la hora, día y canal por el cual transmitirán al club de su preferencia. Los precios y formas de asistir al estadio se elitizaron y las gradas se vaciaron. Gigantes de acero sin alma.
Mataron nuestra liga. A eso le llaman: Futbol moderno.