Llegando a la otra Uruapan, el primer libro que busqué fue el de una autora coreana que me tiene fascinado de un tiempo a la fecha. La zorra se llama la novela en cuestión, la cual pudo acompañarme en este fin del verano. Con ella, Bora Chung se hizo acreedora a un premio de literatura digital en 2008, pero sólo alrededor de tres lustros después vería la luz el trabajo ganador. La inmediatez se toma su tiempo.
Ya he hablado en parte del impacto que causó en mí un título de ella también disponible en la lengua de Mariana Enriquez como lo es Conejo maldito, pero no de la sorpresa que me dio enterarme que parte de la formación de esta escritora asiática se dio en Cracovia, donde fue a estudiar por un año, aprendió el idioma y no conforme, después le siguió con el ruso.
Ella comenta que la idea para la historia que sería a la postre galardonada vino a ella mientras traducía una novela de Mijaíl Bulgákov; y como cuando terminé con Bora seguía con ganas de más, decidí adentrarme a las páginas de El maestro y Margarita, y ver qué conexiones podía hacer entre ambas obras. En esta última, uno de los protagonistas es el presidente de una imaginaria asociación literaria llamada Massolit, lo que se podría traducir como literatura de masas. En Polonia, compré dos libros a un molesto encargado de una librería cuyo nombre era justo el de Massolit Books.
No contaba con eso
Qué va, qué va. El dependiente estaba por cerrar y no quería atender a un extranjero preguntón, lo comprendo y no lo juzgo. En uno de los tomos que adquirí, pude confirmar lo que me dijeron respecto a los naturales de esta nación, que a pesar de todo, aún no está perdida: Burlarse del otro está tajantemente prohibido.
Pero a pesar de ello, en ocasiones sí que llegan a hacerlo. Y pasó que en la parada de camión, un sujeto originario de Katowice hiciera un comentario respecto a mi dialecto, que pensó era argentino, y procediera a repetir en más de una ocasión la pregunta de a qué iba al aeropuerto realmente, “a recoger drogas, ¿cierto?” Porque a qué otra cosa iría un mexicano a cualquier parte del mundo sino es para comercializar los productos de su tierra.
¿Quiénes somos cuando más solos? ¿Tripa o corazón? Alejándome ya no me fío, a todos nos están viendo y todos los que no, también.
En el trayecto nos fuimos conociendo más, me dijo que se dirigía a Tromsø a trabajar cambiando las llantas de los autos de los ricos, ya que con el frío es necesario otro tipo de agarre. Un empleo horrible y cada vez peor pagado que se compensaba con los paisajes y las auroras boreales que podría observar de vez en cuando durante su estadía en Noruega. El silesiano me habló de sus planes a futuro, que consisten en poner eventualmente una agencia de trabajadores temporales para que hagan las labores que nadie más quiere realizar. “Tener a mis propios esclavos, básicamente”. Supongo que en esta empresa imaginaria no contratará a ningún musulmán, ya que como terminó por decirme antes de que nuestros caminos se alejaran: “Europa es para los cristianos”. Así las cosas…