A principios del sexenio, López Obrador cargaba sus esperanzas hacia dos factores.
Acciones de fondo para el sector turismo
Uno de ellos era –y es– el ingreso de recursos enviados por mexicanos desde el extranjero, fenómeno asumido por el actual Gobierno como mérito suyo.
El ritmo de crecimiento de las remesas auguraba, según cálculos transmitidos a colaboradores presidenciales, llegar a finales de la administración con 60 mil millones de dólares en remesas.
Tal vez acierte.
La cifra crece y cada día el país expulsa, sea por inseguridad, necesidad o desconfianza económica, más mexicanos hacia Estados Unidos.
El año pasado el Banco de México registró 51 mil 585.7 millones de dólares de paisanos y mes a mes los montos periódicos crecen sin cesar.
La segunda esperanza estaba puesta en el turismo, actividad a la cual el Gobierno de Enrique Peña, con Enrique de la Madrid de operador, llevó a niveles históricos en 2018.
Una marca meritoria porque en 2012, último año de Felipe Calderón, el país había salido del llamado top ten entre las naciones más preferidas por los viajeros mundiales.
DESATINOS EN TURISMO
La confianza era mucha.
Se entregó la secretaría del ramo a un empresario mediático, Miguel Torruco, pero simultáneamente se tomaron decisiones equivocadas, de graves consecuencias.
El primer desatino fue desaparecer el Consejo de Promoción Turística de México (CPTM), difusor de las bellezas y de las tradiciones nacionales por el mundo.
A partir de entonces vino el caos.
Empresarios e inversionistas no cuentan con apoyos de gestión, inteligencia e innovación para enfrentar la competencia de otros destinos internacionales.
El Gobierno pichicato ahorró algo de dinero, pero la Sectur en manos de Torruco no ha compensado la falta de difusión y flujos de recursos y personas.
Los efectos de aniquilar el CPTM se sintieron de inmediato y tal vez por ello en abril de 2019 Torruco y el canciller Marcelo Ebrard firmaron un convenio para capacitar al personal diplomático.
A falta de promoción directa, embajadores y cónsules se encargarían de hablar de las maravillas mexicanas, mas no hay prueba ostensible de su labor.
ACCIONES INDIVIDUALES
En esa situación de rezago se busca actuar.
Palacio Nacional prepara cambios de nombres, funciones y prácticas en el sector turismo para recomponer lo descompuesto desde principios del sexenio.
Sabedor de ello, Ebrard anunció la semana pasada en Quintana Roo un programa diplomático para hacer lo no hecho durante casi cuatro años de la administración de López Obrador.
En el país, mientras tanto, por fin se espera entregar la Secretaría de Turismo a alguien profesional y sobre todo más inmerso en la administración pública.
Se especula sobre una invitación ya hecha a Carlos Joaquín, quien se apresta a dejar el Palacio de Chetumal: nada raro, pues salió de la Subsecretaría de Promoción Turística rumbo a su elección.
Y mientras, los estados se rascan con sus uñas.
Joaquín logró recuperar el papel protagónico del Caribe Mexicano, Alejandro Murat ha revivido La Guelaguetza con funciones masivas presenciales y Héctor Astudillo dejó encarrilado el Abierto de Acapulco como ícono del puerto.
Los también empresarios hacen lo suyo y así organizan torneos de tenis -viene Los Cabos- con la presencia de figuras de primer nivel mundial.
¿Y el Gobierno federal?