El post-punk es un género musical surgido en Europa a fines de los años setentas del siglo pasado y que muy pronto llegó a nuestro país para ganarse adeptos a puñados. Son cosas que quizá no necesito mencionar, pero teniendo a grandes representantes en The Cure, Bauhaus o Siouxsie and the Banshees, este sonido oscurón con agudos destellos melódicos ha logrado seguir fascinando los oídos mexicanos desde hace más de cuatro décadas.
Mérida, la ciudad blanca, es un lugar que no ha quedado exento a este efecto, y en la actualidad da cobijo a una nutrida comunidad que disfruta de esta música. Producto de ello y de sus empeños, es que la banda moscovita de post-punk Human Tetris decidió apenas la semana pasada volver a presentarse en tierras yucatecas y cautivar a sus atentos escuchas por alrededor de dos horas.
Hay múltiples grupos musicales que se expresan en términos similares provenientes del gigantesco país euroasiático. Tan es así que se hablaría de un cierto subgénero post-punk ruso, pero para mí no hay tal cosa; algunas bandas cantan en inglés, y otras en su lengua madre (Molchat Doma, por ejemplo) y todas suenan muy bien, y casi igual, con sus detalles particulares. Motorama es una de las bandas más relevantes de este conjunto al que me refiero, y sus integrantes también visitaron la capital de Yucatán, en febrero pasado.
Volviendo a Human Tetris, el ahora trío conformado por Arvid Kriger (bajo, guitarra y voz), Tonia Minaeva (guitarra y bajo) y Ramil Mubinov (batería) se presentó el sábado 17 de agosto en la gran tarima del Palacio de la Música, tal y como lo hicieran en formato dúo en noviembre de 2022, celebrando poder ver el mundo tras la pandemia. En esta ocasión lo hicieron con dos nuevos discos bajo el bazo, el Two Rooms de 2023, y otro que aún no se publica pero del cual ya interpretaron varios temas en esta gira que apenas dio inicio.
Un wey en Russia…
El lugar donde ocurrieron las acciones es un recinto idóneo, provisto con butacas y en el que no se venden bebidas de ningún tipo. Se va a lo que se va y no a otra cosa. Perfecto. Eso no impide que los espectadores lleguen entonados y algunos decidan permanecer parados, en vez de sentarse.
El sábado en primera fila hubo un joven meridano, bastante emocionado, que desde el arranque no paró de demostrar su júbilo, bailando y queriendo contagiar (sin éxito) al resto de la concurrencia. Los organizadores le llamaron la atención en un par de ocasiones y eso no logró sosegarlo. Cuando todo indicaba que lo iban a sacar del concierto, de inmediato un gran sector del público manifestó su desacuerdo y así quedó la cosa: Todos parados disfrutando y ningún retirado.
Tonia muy seria en la guitarra, y luego en el bajo, sonreía al ver los pasos del chico; mientras que Arvid aprovechó para agradecer al público por su apoyo y conminó a los encargados de la seguridad a dejar bailar a quien así quisiera hacerlo. Fue un gran momento, digno de remembranza.
No vengo aquí a hacer loas del bailarín, que después caería de la gracia de muchos por ciertos comentarios en los que incluso insultó a la banda; ni a reflexionar sobre la inclusión… El caso es reconocer lo mágico que es poder escuchar en vivo a una banda tan ajena, en un lugar tan cercano. Es algo que no deja de sorprenderme.
En Cancún también hay una escena afín a los delineadores, botas y vestimentas negras, pero este sábado toca escuchar reggae.