La primera vez que viajé a Tijuana fue 11 años atrás acompañando a mis amigos nuevos en un festival musical llamado All my Friends, del cual ellos eran justamente el acto estelar. Cuando me enteré que los Ases Falsos irían a la ciudad que más ansiaba conocer en aquel tiempo, sumado a que eran mi banda favorita, supe no había de otra, allí tenía que estar.
Fue una experiencia increíble, no probé la comida china, pero sí unos deliciosos burritos y no hubo necesidad de hacer trampa, compré mi boleto para el evento incluso, a cuya entrada un personaje reconoció a mi acompañante y nos dijo:
“¡Bienvenidos a Tijuana, la esquina de Latinoamérica!”
Me acuerdo descubrir con emoción a Los Blenders aquella fría noche en las escaleras de la Millionaire House, y cada tanto si escucho “Amigos” logro volver a esa época.
Segundas partes
Estuve menos de 24 horas en el municipio más poblado de México y me quedé con muchas ganas de volver a él desde entonces, hasta que apenas la semana pasada lo hice, justo cuando mi mejor amigo cumplió 32.
¿Por qué, qué tiene de especial Tijuana, la horrible? Se me hace muy comprensible esa pregunta, querido público. Mi respuesta simple: lo desconozco.
Quizá en su extrañeza radique lo fascinante.
Si rastreo el origen de mi enamoramiento tijuanero, uno de los primeros escarceos se dio gracias a Fran Ilich, cuya novela (Circa 94, ganadora del Premio Binacional de Novela Joven Frontera de Palabras / Border of Words 2010) leí con fruición seguramente en mis primeras vacaciones universitarias, de las cuales recuerdo muy poco. La trama tenía como protagonista a un joven adulto y sus peripecias viviendo en la ciudad hermana de San Diego.
Tras leerla me propuse algún día hacer cuanto pudiera para concursar por aquel premio que se otorgaba cada año a un escritor que sea mexicano de nacimiento, con menos de 34 años de edad que enviara una novela inédita habitando en alguno de los estados de la frontera norte de México o del sur de los Estados Unidos.
Pequeño detalle, no soy rancherillo ni soy fronterizo.
Cuando regresé a vivir a la Ciudad de México, me moría por probar todo lo que allí había y de lo cual mi ciudad junto al mar simplemente carecía. Con el tiempo (13 años para ser exactos) pude constatar que allá no estuvo nunca aquella identidad que yo buscaba.
Aprendí mucho y tuve grandes experiencias, entre ellas la de tomar un taller literario en el que el maestro me recomendó encarecidamente leer la primera novela de Fran, publicada originalmente en 1997, que ahora (y ya entonces) es poco menos que inconseguible.
Gracias a, quisiera decir mi cuñada pero en esencia una prima del autor, este fin de semana previo a Halloween, logré posar los ojos en esa esquiva obra, ¡la he pillado!
En Metro-Pop, Fran Ilich, recogiendo un poco la técnica de Bret Easton Ellis en Menos que cero, narra una serie de episodios vívidos e imaginarios que entretienen y a la vez muestran las profundas reflexiones de un adolescente, en las que cabe un mundo entero.
En conclusión, se cumplió el cometido.
Ahora estoy de nuevo en casa, un poco por mi propio deseo y quizá también porque no quedaba de otra, ya que todo pareciera inevitable. Mi nido de serpientes ha vuelto a acogerme y me da todo lo que necesito para seguir siendo.
Curioso es que todo el embrollo alrededor de mi primer viaje a la frontera terminaría por alimentar una novela que pronto tendré lista, tal vez en un año, dos o antes, que se nos está haciendo tarde.