No sé ustedes, pero ya no puedo ver las noticias sin que me hierva la sangre. No es enojo, es rabia. Rabia porque seguimos viendo actos de crueldad disfrazados de bromas, de retos virales, de travesuras “sin importancia”. Rabia porque hay quienes creen que un animalito es un juguete, un objeto, un muñeco que se puede lanzar, patear, colgar, amarrar o abandonar sin consecuencias. Rabia porque, a pesar de que en Quintana Roo el maltrato animal ya es delito, aún hay personas, (niños, adolescentes, adultos, da igual la edad) que siguen actuando con una brutalidad que no cabe en cabeza alguna.
Y lo peor, lo hacen riéndose, grabándose, presumiéndolo en redes sociales, como si estuvieran logrando algo, como si la crueldad fuera una medalla. Como si el sufrimiento de un ser indefenso fuera entretenimiento.
Les quiero contar con todo el coraje que me provoca, dos casos recientes que han sacudido Quintana Roo y que han dejado claro que esto ya no es un problema menor. Es una alerta roja para toda la sociedad.
Hace unos días, en Xul-Há, en el sur del estado, ocurrió una atrocidad que, francamente, me dejó sin palabras. Un grupo de jóvenes, en su supuesta "diversión", decidió amarrar a un perrito chihuahua a un dron… ¡a un dron! Y lo elevaron al cielo como si se tratara de un globo de feria. El video, que se viralizó el 19 de abril, es simplemente inadmisible.
Se ve al perrito, llamado Osito, temblando, asustado, suspendido en el aire mientras vuela sobre una vivienda. Su cuerpecito se sacude de puro pánico. ¿Y qué hacen los muchachos? Ríen. Graban. Comparten. Como si hubieran hecho algo "épico", digno de likes. Lo que hicieron fue un acto atroz, cobarde y cruel.
Por fortuna, hubo una denuncia ciudadana. Gracias a la presión de la gente, a esa ciudadanía que no se queda callada, Osito fue rescatado por la Secretaría de Ecología y Medio Ambiente (SEMA) por instrucciones de la gobernadora Mara Lezama y quedó bajo resguardo del Gobierno del estado. Y aquí quiero hacer una pausa para reconocer algo, la respuesta de las autoridades fue inmediata.
La gobernadora salió a declarar fuerte y claro: "Estamos con Osito. Ningún acto de crueldad animal será tolerado en la entidad". Y eso, créanme, es un mensaje poderoso. Porque ya no basta con lamentar, ya no basta con indignarse. Hace falta que desde el Gobierno se tome con seriedad este problema.
El secretario de Medio Ambiente, Óscar Rébora, también confirmó que el caso tendrá seguimiento judicial, que la Fiscalía General del Estado ya tiene el expediente, y que habrá sanciones conforme a la ley. Porque, que quede claro: en Quintana Roo, el maltrato animal está tipificado como delito. Y puede costar hasta nueve años de prisión.
Sí, nueve años. Y ojalá se cumplan, porque ya basta de impunidad.
Pero Osito no es el único caso. En Cancún, hace apenas unas semanas, otro hecho indignante volvió a estremecernos. En la Región 96 del Infonavit, en el edificio 1435, fue captado por una cámara de seguridad el momento exacto en que un perrito fue lanzado desde un tercer piso. Léanlo bien, desde un tercer piso.
El video, difundido en redes sociales muestra al pobre animalito salir volando por los aires y caer violentamente al suelo. Se oyen los ladridos, desesperados, de dolor y confusión.
Cada uno de esos casos tiene detrás una historia de sufrimiento, de dolor innecesario, de injusticia. Y lo más doloroso, muchos quedan impunes porque la gente no denuncia, porque no hay cámaras, porque los responsables son "menores de edad" o porque “no es tan grave”.
¿De verdad vamos a seguir justificando la violencia por la edad? ¿Vamos a seguir diciendo que "son cosas de niños"? No, ya no. Hoy, los niños y jóvenes también tienen acceso a la información, a la educación, a la empatía. Ya no hay excusas. Ya no es travesura, es crueldad.
¿Y saben qué es lo más grave de todo esto? Que la violencia contra los animales es sólo un reflejo de lo que somos como sociedad. Porque quien es capaz de maltratar a un ser indefenso, también puede hacerlo con una persona. Porque la empatía no se divide, se tiene o no se tiene.
Quien lanza a un perro por una ventana, quien amarra a un animal a un dron, quien patea, abandona o envenena, está mostrando un alma podrida. Y nosotros, como sociedad, tenemos que dejar de ser cómplices. No podemos ser indiferentes, ni cobardes, ni permisivos.
Lo primero: no quedarnos callados. Si vemos un caso de maltrato, lo denunciamos. En Quintana Roo, ya existen instancias que atienden estos casos: la Procuraduría de Protección al Ambiente (PPA), la Fiscalía Ambiental, la SEMA. Usemos esos canales. Hagamos presión. Acompañemos a quienes denuncian. No dejemos solos a los animalitos.
Segundo: educar a nuestros hijos, a nuestros vecinos, a nosotros mismos. No se trata sólo de tener una mascota. Se trata de tener corazón. De respetar la vida. De entender que un perro, un gato, un ave o cualquier ser vivo siente, sufre, ama, necesita.
Y tercero: exigir justicia. Porque si hay leyes, que se cumplan. Si hay castigos, que se apliquen. Y si hay funcionarios comprometidos, que lo demuestren con acciones, no con discursos.
El maltrato animal ya no tiene edad, no tiene pretextos, no tiene justificación. No es una broma. No es un juego. No es "cosita de niños". Es un delito. Y se paga.Ojalá llegue el día en que ya no tengamos que escribir estas líneas. Que la justicia llegue antes que la tragedia. Que ningún Osito más tenga que temblar atado a un dron. Que ningún perrito más tenga que volar desde un edificio. Que los animales vivan seguros, queridos y protegidos.