París.- Jacques Chirac, fallecido este jueves a los 86 años, ha sido un emblema de la V República, un político que lo fue absolutamente todo en la política francesa durante un dilatado periodo que se extendió más de medio siglo, un hombre con gran instinto de poder y pragmático, pero también protagonista de graves escándalos que empañaron el final de su trayectoria.
El desaparecido presidente aprendió desde muy joven, a nivel municipal, cómo relacionarse con los votantes y ganarse sus simpatías. Eran legendarios sus recorridos anuales por el Salón de la Agricultura de París, una feria que supone un examen obligado para cualquier político con aspiraciones y voluntad de permanencia.
Chirac desarrolló una técnica que consistía en fingir con gran habilidad que bebía todas las copas de vino y de licor que le ofrecían. Era el único modo de mantenerse sobrio al final de la agotadora jornada y, al mismo tiempo, no decepcionar a quienes le agasajaban.
Miles de anécdotas jalonan la vida y el estilo de Chirac, un todoterreno que ya ocupaba un alto cargo durante la revuelta de Mayo del 68. Es legendaria la historia -verdadera- de que acudió a una reunión con los huelguistas armado con un revólver, por si las cosas se ponían feas y acababa secuestrado.
Chirac fue un conservador adaptable. Su pragmatismo le llevó a ser primer ministro y presidente en cohabitación con los socialistas. No fue fácil ni servir primero al centrista Giscard DÔÇÖEstaing ni luego a Fran├ºois Mitterrand.
Tampoco le resultó sencillo, tras convocar unas elecciones que resultaron un bumerán, ocupar él la jefatura del Estado mientras el Gobierno era controlado por los socialistas. Con todo, el país siguió funcionando y no fue una tragedia. Eran otros tiempos.
La presidencia de Chirac se prolongó durante 12 años. Nada más llegar al Elíseo, en 1995, tomó una decisión muy polémica, la de realizar varias pruebas nucleares en los atolones franceses en el Pacífico, los últimos ensayos antes de ser suspendidos definitivamente.
Más allá de las necesidades militares y científicas, le pudo su deseo de expresar la ÔÇÿgrandeurÔÇÖ francesa, ese sentimiento de autonomía geopolítica que heredó del general De Gaulle y que se mantenido con los presidentes sucesivos, quizás con menor énfasis durante el mandato de Fran├ºois Hollande.
Chirac perteneció a una época en la que el listón ético era más bajo para los políticos. Además de acumular cargos ÔÇôfue ministro de diversas carteras y primer ministro mientras seguía siendo alcalde de París-, no tuvo muchos escrúpulos a la hora de financiar a su partido y de facilitar empleos ficticios en la administración de la capital.
Estas conductas proyectaron negras sombras al final de su carrera, pero, a la hora del adiós,muchos franceses darán más peso a su dimensión de estadista que contribuyó a la estabilidad en el mayor periodo de paz y bienestar que ha vivido Europa en toda su historia.
Con información de La Vanguardia