Latitudes
Por Alberto Lati
Twitter: @albertolati
Si el desfase del futbol mexicano en relación con el reglamento de transferencias de la FIFA es de casi dos décadas (el pacto de caballeros, en teoría hoy diluyéndose, debió desaparecer en 2003 al liberarse mundialmente al jugador sin contrato), resulta todavía más preocupante nuestro rezago al propiciar que se compita bajo igualdad de circunstancias.
Desde el Mundial de España 1982, la FIFA asimiló que los choques de última ronda de grupo han de coincidir en horario. Esto con la finalidad de que nadie saque ventaja de lo que acontece en el otro cotejo, ya sabiendo de antemano si se requieren tantos goles o un simple empate para calificar a octavos. Sucedió que alemanes y austríacos ya sabían que imponiéndose 1-0 los primeros, avanzaban los dos y echaban fuera a Argelia que ya había jugado. Así fue en el denominado vals de la verg├╝enza y, desde entonces, Mundiales, Eurocopas, Champions League, incluso las dos jornadas finales de las ligas europeas, se agendan con coincidencia de horario entre quienes poseen intereses cruzados.
La Liga Mx, mucho antes de cargar con ese nombre y sus afanes de vanguardia, sí respetaba ese paradigma, hasta que concluyó que no estaba dispuesta a ceder ganancias. Si se enciman los partidos, las audiencias y ventas no son las mismas, algo que seguramente también la FIFA, la UEFA, la Premier League, habrán pensado resignados a que no les queda de otra: más vale credibilidad y justicia que unos pesos de más en la cuenta, lo de Argelia de 1982 no puede repetirse.
Encaminado muy pronto su duelo del sábado ante el Atlas, el Monterrey pudo darse el lujo de no apretar para evitar a determinado rival (al León), así como Tigres fue a Juárez sabiendo cómo eludir al América y el Querétaro disponía de las cifras requeridas para saltar al Necaxa que fue programado un día antes.
No tuvimos escándalos de algún club defendiendo su empatito al sobreentender que eso se traducía en la calificación, aunque bajo este esquema obsoleto es posible.
Ante todo afán de consolidar un mejor certamen, nuestra liga se atora en el discurso. Ahora vendrá la liguilla, pendiente de que si se mete en la final quien acude al Mundial de Clubes (en este caso, el Monterrey) tendremos un nuevo esperpento. Y no sólo por jugarse entre Navidad y Año Nuevo (la ida sería 26 de diciembre, la vuelta el 29), sino por el absurdo de que un contendiente esté varado 19 días (la semifinal cierra entre 7 y 8 de diciembre), al tiempo que el otro traiga el desgaste de un certamen disputado en esa pausa en el lado opuesto del mundo. Por donde se le busque, la lucha por el título quedaría desvirtuada, como en 2017 con unos Tigres fuera de ritmo y un América agotado.
¿Se podría evitar? Sin duda, bastaría con diseñar una Copa Mx menos bultosa, para abrir otra jornada a mitad de semana. No obstante, pasa lo que con la renuencia a programar partidos simultáneos al cierre del torneo regular: como cantaba Queen, la Liga Mx lo quiere todo y lo quiere ahora, incapaz de sacrificar un solo peso de ingreso.
¿Y lo justo? A la luz de cómo se opera y qué se prioriza, en nuestro futbol es lo de menos.
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