Queridos estudiantes: no renuncien nunca a las exigencias académicas de su gran universidad. Esas exigencias constituyen la esencia misma del Instituto, lo que le ha definido y su mayor ventaja. Es, muy probablemente, la razón por la que se inscribieron en él. Pero propugnar por el desmantelamiento de los estándares de calidad académica que le caracterizan equivale a desear que un ave deje de tener alas.

Es verdad que el dolor comunitario experimentado estos días por una compañera que decidió quitarse la vida puede tener formas de expresión muy variadas.

Afortunadamente ustedes lograron que, en medio de la tragedia, un grupo nutrido hiciera notar esta emoción en todo el país.

Y eso es una gran noticia, porque en las mesas de diálogo que sostendrán en el futuro con sus autoridades académicas, para encontrar una solución holística, podrán sumar a los atributos académicos del Instituto las acciones necesarias en lo emocional, psicológico, deportivo, artístico o cultural, todo lo cual terminará por mejorar al ITAM en su conjunto.

Vivimos en una época en la que la tentación por eliminar el esfuerzo se ha hecho norma. Mucha gente en el mundo exige no tener exigencias.

Ahora se asume que todo beneficio que nos haga cómoda la vida es un derecho.

Pero esto no siempre fue así, y no tiene por qué ser así, porque si eliminamos el sistema de exigencias arrancaremos del ser humano el pilar fundamental que nos permite mejorar la vida, el entorno, la comunidad y el planeta: el empeño individual y el esfuerzo por tener éxito.

Cierren por unos minutos sus ojos y conéctense con la energía de sus abuelos.

Piensen el esfuerzo que hicieron y las exigencias que enfrentaron para que ustedes estén aquí. Verán que apenas hace unas décadas no había siquiera prestaciones de salud universales o soluciones educativas masivas. Mucho menos tecnología ubicua. Sepan que sin el esfuerzo de ellos frente a las exigencias de su tiempo, ustedes quizá no estarían aquí.

Ustedes ya se hicieron escuchar, y eso es un enorme logro. Ahora deben escuchar a sus autoridades. En su rector, Arturo Fernández, tienen un extraordinario ser humano; y en sus profesores tendrán grandes apoyos. Construyan un mejor ITAM a partir de la base académica que ya le caracteriza.

Exíjanse siempre más en la vida, nunca menos. El ITAM es probablemente uno de los espacios más adecuados para ello.

No cedan nunca a la tentación de “mediocrizar” lo académico, si bien sean siempre firmes en levantar la voz para humanizar tanto como haga falta su entorno cotidiano de estudio y de desarrollo personal.

México requiere seres humanos integrales que superen retos futuros inconmensurables, y los egresados del ITAM deberán estar ahí para ayudarnos a traspasar las noches obscuras y guiarnos en la construcción de los días de gloria.

POR CARLOS MOTA

Con información del Heraldo de México