Latitudes
Por:
Alberto Lati
Twitter: @albertolati

Con un vestido negro de gala, la persona más sonriente en los Premios Laureus entregados en Londres a inicios de 2012 (algo así como los Oscar del deporte), era la tenista checa Petra Kvitova.

Apenas seis meses antes había conquistado en esa misma ciudad su primer Grand Slam (el torneo de Wimbledon de 2011) y se le veía como la dueña del futuro del tenis.

Imponente por su estatura, con sus ojos azules cristalizándose cada que escuchaba su nominación a deportista femenina del año, me contó sobre sus sueños: otorgar a su país una medalla olímpica ese año en esa capital, dar el salto al número 1 de la WTA que lucía a pocos puntos, acumular más trofeos de Grand Slam e, insistía entre contagiosas carcajadas, seguir disfrutando.

Cinco años después, la teórica propietaria del futuro, tenía serias razones para pensar que no volvería a jugar. A fines de 2016, cuando ya sumaba otro cetro de Wimbledon y en Río de Janeiro se había colgado esa medalla deseada desde Londres, los médicos le explicaban con pesar que tenía muy complicado practicar tenis de nuevo.

Atacada en su casa por un asaltante, trató de defender su integridad con esa mano izquierda con la que componía música a cada remate con la raqueta. Ese acto reflejo pudo salvarle la vida, aunque dejaba su principal herramienta competitiva tan dañada como para resignarse a clausurar prematuramente su carrera. Las afectaciones en tendones, nervios, músculos de su zurda prodigiosa, la orillaban a buscar otro camino. Sus dedos estaban destrozados.

Su primer mensaje público no fue de queja: “soy fuerte y lucharé”. Lucha con la que fue imponiéndose plazo a plazo (cual si se tratara de rondas en Wimbledon) a los pronósticos médicos. Increíblemente, en ese 2017 ya disputó Roland Garros, todavía con evidentes limitaciones. Año y medio después, se ha metido a semifinales del Abierto de Australia con un juego que al fin remite al de sus mejores momentos antes del asalto.

Sin importar lo que suceda de semifinales en adelante, la gran ganadora de Australia es ella. No por trofeos, no por premios, no por el ranking WTA, sino por un mensaje de tres palabras, dividido entre puntos, subido a su facebook: “Can’t. Stop. Smiling” (No puedo parar de reír).

Risas como las que le caracterizaban hasta antes del horrible ataque, cuando, según confiesa, abrió un periodo de desbordarse en lágrimas al atisbar una pelota de tenis en la televisión. Risas sustentadas en volver a hacer lo que ama y disfrutar de lo que denomina su segunda vida en el tenis. Risas, como las de ese 2012 en los Laureus en Londres, cuando se le pronosticaba dueña del futuro. Futuro que ya en presente ha regresado a su raqueta.

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