Brasil.- En plena Amazonía brasileña, bañada por el río Tapajós y entre los ancestrales árboles que dan vida a la selva, se levanta una escuela peculiar sin salones cerrados, ni pizarrones, en la que es posible aprender a valorar la biodiversidad en medio de la naturaleza.

En este espacio un grupo de expertos se arma de creatividad para explicar de forma lúdica la importancia del medio ambiente.

La mayoría de los visitantes son estudiantes, pero no solo llegan de colegios de la zona.

A la “Escola da floresta” asisten niños de instituciones educativas de diferentes regiones del país y hasta de otras naciones que se desplazan miles de kilómetros para conocer de primera mano los saberes que trae consigo la madre naturaleza.

Esta aula al aire libre ha recibido estudiantes de Francia y Estados Unidos y visitantes de países como Argentina y Japón.

Alumnos entre los 3 y los 15 años de edad son el público más regular de esta escuela a cielo abierto que también es visitada por profesores, universitarios, investigadores y turistas que encuentran en esta iniciativa un espacio para la concientización ambiental.

Aunque fue pensada para adolescentes cuando se creó, en 2008, años después analizaron la posibilidad de ampliar la oferta a los más pequeños y por eso, desde 2013, también llegan entusiasmados a las aulas menores de dos y tres años de edad.

“Lo que queremos es hacer es que se multiplique la idea de la preservación ambiental y los niños son los mejores multiplicadores del mundo. Hicimos la prueba y lo confirmamos”, aseguró Claudio Mendes, director de la escuela.

En promedio, cuatro mil personas visitan la escuela cada año.

Aunque las jornadas comienzan siempre con un canto de “marambiré”, una de la melodías más tradicionales del bajo amazonas cada día es una nueva experiencia, explicó Márcia Mota, una de las docentes de la escuela y quien también hace parte del cuerpo directivo de la entidad.

Para ella, el proceso que se vive en cada una de las clases de esta es una labor de doble vía donde los profesores también aprenden.

“La mejor recompensa es ver el entusiasmo con el que desde el más chico, hasta el más anciano, quieren aprender”, aseguró esta educadora que se dice más sensible y más comprensiva con las enseñanzas que le dejan sus pupilos.

Las aulas se orientan en la misma dirección: la sostenibilidad del medio ambiente, siempre con una mezcla entre los conocimientos científicos y los de la cultura popular.

“Nosotros les enseñamos que muchos de los productos que se dan en la selva o directamente con la naturaleza, además de poderse usar cotidianamente por el ser humano, pueden también hacer parte de un negocio, de un emprendimiento, sin dañar el medio ambiente”, señaló.

“Para eso les mostramos cómo deben sembrarse las plantas, o cómo deben manipularse -en caso de ser originarias de la selva- para no matarlas y que sigan siendo productivas”.

A pesar de las bondades que ofrece la selva en una región de tierra viva rodeada de playas y de las aguas cálidas y cristalinas del río Tapajós, administrar las 33 mil hectáreas que abarca esta escuela no es fácil.

“El terreno fue cedido por el Consejo Nacional de Seringueiros (recolectores de caucho) y es administrado por la Alcaldía Local que paga el salario de los funcionarios. Sin embargo, el mantenimiento es una tarea dura por el escaso personal con el que contamos y la falta de recursos para mantenimiento que debemos conseguir con donaciones”, explicó Mendes.

La escuela de la selva cuenta con ocho educadores, cuatro vigías, seis personas para mantenimiento y cuatro más administrativos.

“Por eso aquí, aunque tenemos esos títulos, todos hacemos de todo y nos ayudamos como una gran familia”, aseguró.

Con información de Reforma

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