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POR RICARDO MÉNDEZ 

¿Celebrar o lamentar? O simplemente lo que debemos hacer es morirnos de vergüenza.

¿SERÁ? Desde mi perspectiva: Día Internacional de la Mujer

Vivimos en una sociedad contradictoria que ha perdido su humanidad. Somos nuestros peores enemigos. Es cierto. Las mujeres viven en un mundo injusto para ellas. Han tenido
que sostener batallas que los hombres no libraron. Como ejemplo está la situación de las mujeres en Arabia Saudí o Afganistán.

Aún sangra porque sigue limitado el voto de la mujer, no pueden ir a ningún sitio sin acompañante masculino -denominado Mahram-, entre otras cosas. Y en Cd. del Vaticano, también hay
abusos, ahí las monjas son quienes piden el derecho al voto en el Sínodo de Obispos.

Pero ¿cuál es el peor flagelo que tienen que soportar hoy en día? ¿la violencia? ¿La falta de libertad? ¿No contar con un salario digno? ¿El acoso sexual?
¿El derecho al amor? ¿El derecho a decidir?

Los seres humanos somos diversos y así de diversos son los infiernos que ellas viven. Lo que es difícil para unas, para otras carece de importancia. ¿Cuáles son pues los gritos que
no se escuchan o los que más importan? ¿Por qué hay mujeres que anhelan dejar de ser mujer y hombres que quieren serlo?

Es acaso esto tan o más importante como el derecho a decidir qué hacer con su cuerpo o el derecho a abortar -signifique o no un asesinato-, o quizás sujetarse a las decisiones del patriarca familiar en torno a con quién te
debes casar a cambio de una dote -que puede ser una vaca u otros animales de granja-. O simplemente el derecho a vivir, a no perder a tus hijos por falta de médicos, a no tener sexo si no se quiere. A no ser vendida como carne trémula, plagiada y prostituida.

Hay gritos que no logran escucharse. Pareciera que la guerra intestina contra la falta de equidad radica en puntos como el derecho a abortar, a no ser asesinadas, a detener la
violencia y a autodenominarse no binarios.

Y en menor medida el derecho a un salario digno, a tener las mismas oportunidades que los hombres. En las plazas las pancartas y alaridos tienen destinatario y es el hombre. Pero la vida real va más allá de un discurso
esculpido con las vísceras de una venganza estereotipada contra el machismo.

¿Los derechos se ganan o se arrebatan? Pues de ambas maneras. Se consigue con valor, con trabajo, con honor, a golpe de martillo. Marchando, pero por la vida, defendiéndose día con día, ganando espacios, levantando
la mano y la voz en cada sector, en cada lugar de trabajo, en cada oficina. Habrá, sí, muchas derrotas, pero también muchísimas victorias.

Perder también sirve, porque visibiliza una demanda, una exigencia por mínima que sea, prevalecerá por siempre y que junto con muchas más significarán -quizás- un ápice de terreno ganado.

Este 8 de marzo innumerables mujeres ucranianas son desplazadas y violadas. En México, ocurre lo mismo, y así ha sido siempre. Ayer, un militar fue condenado a 20 años por violar -junto con otros 10- a una indígena de
Barranca Tecuani, Guerrero, pero ella ¿recibió justicia?, cómo se puede considerar justa la situación. Quizás lo que hubo fue que se atajó -un poco- la impunidad. Solo eso. Pero, con ello ¿se acabó el problema? ¿Habrá menos
agresiones hacia las indígenas mexicanas?, la respuesta es: simplemente no.

Así de fría y cruel es la realidad. Hay heridas que jamás cicatrizan, pero es porque el dedo sigue en la llaga. Y es que, en nuestro país, en mi México querido, 11 mujeres son asesinadas a diario, el 40% de las mexicanas vive en
pobreza y el 70% de ellas sufre violencia, ¿en dónde?: El 59% en su propio hogar, ¿a manos de quién?: de quién debió amarlas.

En Quintana Roo se presume el empoderamiento femenino basado en posiciones ocupadas por mujeres en los máximos cargos públicos. Y sí, es importante, pero no basta, porque llegar no es suficiente, porque no se
trata de victorias personales sino de grupo, de sectores sociales hasta hace poco menospreciados, porque -por increíble que parezca- a las mujeres se les consideraba menos capaces o inteligentes y ese es el estigma que se tiene que eliminar.

Ahora que tienen poder no deben considerarse obligadas a hacerlo igual o mejor que un masculino, simplemente deben de administrar un gobierno. Equivóquense pues, que tienen ese derecho. Ya están ahí, pues ahora gobiernen, ahora propongan, pongan orden pues, y consigan que los sectores menos favorecidos ahora sí reciban algo de lo que merecen, no solo el femenino.