Aunque los seres humanos a menudo creemos que tenemos control sobre nuestras vidas y la capacidad de extender nuestra estancia en la Tierra, la programación genética establece límites difíciles de traspasar. Llegar a la edad de 100 años es excepcional y superar esta marca es prácticamente imposible.
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No obstante, esto contrasta significativamente con los cinco años de vida de un ratón o los 15 años de un perro.
La cuestión que surge es por qué algunas especies animales viven mucho más tiempo que otras y qué ocurre durante el proceso de envejecimiento.
Además, surge la interrogante de si es posible evitar o retardar este proceso.
Estos interrogantes fundamentales respaldan la labor de un amplio consorcio internacional cuyos hallazgos han sido publicados en las revistas Science y Nature Aging.
Este esfuerzo tiene como objetivo arrojar luz sobre los límites aparentemente inamovibles que enfrentamos.
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El equipo de investigación, compuesto por casi 200 científicos de diversos lugares del mundo, está encabezado por Steve Horvath, conocido por su descubrimiento de los relojes epigenéticos.
Hace una década, Horvath propuso un método para evaluar la edad biológica al observar las marcas químicas añadidas al ADN, las cuales funcionan como interruptores y alteran la expresión genética.
El proceso analizado, conocido como metilación del ADN, acumula cambios a medida que envejecemos y permite estimar la edad de una persona con una precisión de alrededor de tres años.
Para comprender mejor las variaciones en el envejecimiento entre diferentes especies y determinar qué parte del proceso es única en cada una y qué parte es común, los investigadores aplicaron los relojes de metilación del ADN a 15,000 muestras de tejido de 348 especies de mamíferos.
Compararon los cambios epigenéticos en regiones del genoma que han sido conservadas a lo largo de millones de años de evolución y que compartimos con ratones o perros.
Los resultados, publicados en la revista Science, revelan diferencias entre las especies animales más longevas, generalmente las de mayor tamaño, y aquellas que tienen una vida más corta y se desarrollan más rápido.
El proceso de gestación y desarrollo prolongado en humanos y elefantes, por ejemplo, da lugar a un perfil de envejecimiento con picos y valles más pronunciados, en contraste con el perfil más suave y menos definido de animales como los ratones.
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La capacidad de establecer analogías entre diferentes especies es crucial para predecir cómo los resultados obtenidos en animales pueden aplicarse a los seres humanos.
Un estudio en ratones publicado este año, por ejemplo, reveló cómo el estrés acelera el proceso de envejecimiento, pero también demostró que este proceso puede revertirse mediante descanso o medicamentos como el tocilizumab, un antinflamatorio que restauró la edad biológica normal.
Los autores del estudio creen que tales enfoques podrían ser útiles para evaluar la eficacia de fármacos diseñados para contrarrestar los efectos del envejecimiento.
Los resultados presentados en la revista Nature Aging refuerzan la utilidad de los relojes de metilación en la estimación del envejecimiento en especies con diversas esperanzas de vida, desde las efímeras ratas hasta las longevas ballenas.
Del mismo modo, estos relojes también pueden calcular el riesgo de mortalidad, una herramienta útil para evaluar la salud de las personas y, según Horvath, “para la conservación de especies en peligro”, como un método para monitorear la salud de la vida silvestre.
Aunque se reconoce que factores ambientales pueden acelerar el envejecimiento, los resultados de este segundo estudio refutan la creencia de que el envejecimiento es simplemente el resultado del daño celular aleatorio acumulado con el tiempo.
Los factores epigenéticos del envejecimiento, que a menudo se atribuyen a circunstancias de la vida como la dieta, el tabaquismo o el estrés, también siguen un patrón preestablecido.
La posibilidad de que el genoma, que determina rasgos como el color de ojos, la estatura y el apetito, también influya en los procesos de metilación en diferentes especies aún no se ha establecido de manera definitiva.
Además, los investigadores han observado cómo ciertas marcas epigenéticas pueden influir en etapas tempranas del desarrollo, modificando la actividad de genes que regulan la producción de células madre y que determinan la esperanza de vida máxima de un individuo.
En investigaciones previas, se observaron efectos paradójicos en la relación entre la esperanza de vida y el tamaño de los perros.
A diferencia de la mayoría de los animales, los perros pequeños viven más tiempo que los grandes.
Esto puede deberse a que las marcas químicas relacionadas con la esperanza de vida también influyen en los niveles más altos de grasa en sangre de los perros grandes, lo cual resulta perjudicial para ellos.
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En última instancia, los resultados presentados hasta ahora proporcionan una herramienta valiosa para comprender mejor los procesos del envejecimiento en los mamíferos y pueden ser fundamentales para los científicos que buscan prolongar la vida más allá de los límites establecidos por la evolución.
Aunque métodos como la restricción calórica han demostrado extender la vida de ratones en laboratorios, aplicar estos descubrimientos de manera efectiva a los seres humanos ha sido un desafío.
Gracias a la investigación actual, se pueden explorar las diferencias en el envejecimiento entre especies y, con suerte, encontrar formas de superar las limitaciones naturales impuestas por millones de años de evolución.
Horvath y otros investigadores de estos estudios están colaborando con Altos Labs, una empresa financiada por figuras influyentes como Jeff Bezos y Yuri Milner, que busca reclutar a los mejores científicos del campo del envejecimiento para luchar contra este proceso y, si es necesario, trascender las barreras que han existido durante millones de años de evolución.
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