Un talento descomunal y, sobre todo, un fenómeno de precocidad: la estadounidense Sydney McLaughlin tiene la costumbre de hacer todo más rápido que las demás. Desde muy pronto fue señalada como futura estrella de los 400 metros vallas y ha seguido a la perfección la hoja de ruta, hasta colgarse el oro olímpico de Tokio 2020 con récord mundial incluido.
Con 17 años recién cumplidos tuvo ya la oportunidad de debutar en unos Juegos Olímpicos, en Rio de Janeiro en 2016, quedándose en las semifinales, y ya entonces atrajo la atención pro ser la atleta estadounidense más joven en ese nivel desde 1972.
Cinco años más tarde, la vallista de New Brunswick (Nueva Jersey) se impone como una de las grandes figuras de los Juegos de Tokio tras un primer título y un nuevo récord del mundo pulverizado (51.46).
Ese cambio de estatus está lejos de ser una sorpresa, ya que McLaughlin (1,75 m, 60 kg) ha ido quemando etapas a toda velocidad. Ya en categorías juveniles batía récords del mundo.
Procedente de una familia de corredores (su hermano Taylor fue subcampeón mundial júnior de 400 metros vallas en 2016 y su padre semifinalista en el preolímpico estadounidense para los Juegos de Los Angeles 1984), Sydney McLaughlin ha sabido sobre todo permanecer impasible ante la presión después de ser catalogada, siendo adolescente, como “la futura superestrella del atletismo USA”.
“En 2016 (en los Juegos de Rio), no sabía qué esperar. Ahora tengo más experiencia, he madurado. Mis ambiciones son mucho más altas que en Brasil. Sé lo que quiero hacer, qué atleta y qué persona quiero ser”, afirmó antes de los Juegos.
ENTRENADA POR BOB KERSEE
Después de Rio, McLaughlin estaba a la sombra de su compatriota Dalilah Muhammad.
Pasó a categoría profesional en 2019, con un contrato estimado en un millón de dólares anuales con la marca New Balance, después de haber defendido los colores de la Universidad de Kentucky.
Terminó segunda en el Mundial de Doha, asistiendo impotente al récord del mundo de Muhammad en la capital catarí (52.16).
Fue en una carrera memorable, en la que McLaughlin se convirtió en la segunda mejor atleta de la historia en esa prueba, corriendo en 52.23.
Su llegada en 2020 a la estructura de preparación del célebre Bob Kersee, extécnico de su esposa Jackie Joyner-Kersee y su cuarto entrenador en cuatro años, constituye un antes y un después para esta corredora prodigio, que se siente también cómoda en los 200 y los 400 metros planos, y en los 100 metros vallas (mejor marca de 12.65).
En el seno de ese nuevo grupo, que tiene su base en Los ángeles, McLaughlin coincide con su ídolo, Allyson Felix.
El ÔÇÿefecto KerseeÔÇÖ no ha tardado en dejarse notar y este año 2021 ha sido el de la explosión definitiva de McLaughlin, que el pasado 27 de junio, en el preolímpico estadounidense en Eugene, entró en otra dimensión batiendo el récord mundial de Muhammad y bajando por primera vez de los 52 segundos (51.90).
“Ese récord del mundo me dio mucha confianza y el el momento incierto provocado por la pandemia me permitió tomar decisiones importantes”, explicó.
Tokio no ha hecho más que confirmar lo acertado de su decisión. La ÔÇÿera McLaughlinÔÇÖ acaba de comenzar.
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