Morena se pudo haber ahorrado cientos de millones de pesos y los fundados cuestionamientos de un sector importante de la sociedad si hubiera decidido simplemente informar que la candidata sería Claudia Sheinbaum.

Todo el proceso que llevó a la candidatura presidencial a la jefa de Gobierno de la CDMX con licencia sólo sirvió para darle legitimidad a una decisión que ya había tomado el presidente Andrés Manuel López Obrador.

El proceso, ponderado ayer por Mario Delgado y Alfonso Durazo como un “auténtico ejercicio democrático que llegó para quedarse’’, estuvo muy lejos de serlo.

Primero, porque las encuestas no se aplicaron a población abierta y segundo porque en cada asamblea informativa era notorio el apoyo que recibía del estado en cuestión la jefa de Gobierno con licencia.

Como quiera, no se discuten los números que obtuvo en las cinco encuestas cuyos resultados, ponderados, le conceden una preferencia electoral del 39.38% contra el 25.80% de Marcelo Ebrard.

La sorpresa fue Gerardo Fernández Noroña, que en el promedio de las encuestas quedó en el cuarto lugar con el 10.62% pero que en la llamada “encuesta madre’’, es decir la que aplicó la Comisión de Encuestas de Morena, superó a Adán Augusto López, 12.2% contra el 10% que obtuvo el tabasqueño.

Lo que sigue para Sheinbaum es aplicar de forma inmediata una operación cicatriz en la que estaría incluido Marcelo Ebrard y después conformar al equipo que será responsable de la campaña.

Por lo pronto se espera que hoy tome forma la ocurrencia de López Obrador de entregar el “bastón de mando’’, que es solo un simbolismo pero que se puede interpretar de muchas formas.

Pareciera que le está entregando la Presidencia, pero antes tiene que ganar la elección del 2024, o que está claudicando en su liderazgo político y lo cede a la jefa de Gobierno con licencia.

La única interpretación razonable es que le entregará la estafeta para que encabece la supervivencia del proyecto político de la 4T.

En el pasado reciente, cuando el PRI dominaba como partido hegemónico, cuando había candidato presidencial, prácticamente terminaba el sexenio el Presidente en cuestión, pues el elegido cobraba todo el protagonismo político.

¿Pasará lo mismo ahora?

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Marcelo Ebrard se enojó, como estaba previsto, pero, pese a todo, no rompió ayer con Morena ni con López Obrador.

El excanciller compró tiempo para ver qué negocia con el Presidente o con otro marchante.

Si estaba tan enojado por “las incidencias’’ (¿o quiso decir indecencias?) detectadas en las encuestas y los conteos, ¿por qué no rompió en ese momento?

Al final de cuentas, Ebrard es un político con mucho colmillo y se dio cuatro días para ver qué reacción hay en Palacio Nacional.

El lunes habrá una asamblea con su grupo y se conocerá su futuro.

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Javier May renunció al Fonatur, encargado de la construcción del Tren Maya, dejando un tiradero porque cree que será el candidato al Gobierno de Tabasco.

En la misma situación está Rocía Nahle, quien cree haber hecho los merecimientos necesarios para que el Presidente le ponga una estrellita y sea la candidata al Gobierno de Veracruz.

La refinería de Dos Bocas no ha producido un galón de gasolina, el costo de la obra se duplicó entre denuncias y sospechas de corrupción y, como colofón, la secretaria ni es veracruzana, sino zacatecana de nacimiento.

Aún así, cree que será la candidata al Gobierno de Veracruz.

¿Qué culpa tienen los jarochos?