En el torbellino
Por Kasia Wyderko
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La desangrada Siria ya casi no sale en las noticias, y cuando algún medio hace un breve comentario sobre ella -últimamente han salido notas en torno a los últimos bastiones del llamado Estado Islámico-, la gente le cambia de canal. ¿Por qué? Porque ese cruento conflicto se ha alargado demasiado, porque se convirtió en un complejo tablero de ajedrez de las grandes potencias, porque ya no se sabe quién es quién y porque sentimos impotencia ante tanto drama acumulado.
Hace unos días, la guerra en Siria cumplió ocho años, dejando tras de sí cerca de 600 mil muertos, 90 mil hombres y mujeres en situación de desaparición forzosa, 12 millones de refugiados (más de la mitad de la población) fuera y dentro del país, bombardeos, masacres, hambruna, secuestros, extorsión, familias destrozadas, enfermedades, niños sobreviviendo entre escombros que no pueden ni soñar con ir al colegio.
Lo más intrigante es que esa guerra entre guerras empieza a pasar al margen de las prioridades de los gigantes que intervinieron en ella. Rusia, aliada directa del dictador Bashar al-Assad, de Irán y de los libaneses proiraníes de Hezbolá, entró en 2015, un año antes hizo lo mismo Estados Unidos. El argumento de ambos: había que aplastar al Estado Islámico. A diferencia de Washington, Moscú quería hacerlo junto a Al-Assad evitando que corriera la suerte del hombre fuerte de Irak, Saddam Hussein o el líder libio Gaddafi.
Cuando en diciembre pasado el presidente Donald Trump anunció la retirada de su material bélico y de sus dos mil hombres de Siria, “porque la misión de derrotar a los islamistas ya se había cumplido”, empezaron a subir de tono las voces que apuntaban a que la Casa Blanca querría salir corriendo de una nueva guerra inútil en Medio Oriente para concentrarse en la crisis en Venezuela. Algunos analistas sesudos comparaban la situación actual con la que se vivió en el peor momento de la Guerra Fría, cuando la Unión Soviética “se quedó” con Vietnam, mientras su rival Estados Unidos ponía sus garras sobre Chile.
¿Le ha regalado Trump, Siria a Moscú e Irán? En todo caso, Vladimir Putin puede frotarse las manos. El califato quedó aplastado, los yihadistas no son más que cenizas durmientes del desierto, parcialmente gracias a la intervención militar de Rusia, que sale reforzada como potencia global, un jugador mayor no sólo en Medio Oriente.
Ahora habría que poner bajo la lupa los apetitos de los países del Golfo Pérsico, ahí donde vuelan nubes de petrodólares. Para la reconstrucción de Siria se necesitan 400 mil millones de billetes verdes. Emiratos árabes reabrió hace unas semanas su embajada en Damasco.
Por algo será.