En Quintana Roo se está escribiendo una página distinta de la historia turística, una que no habla únicamente de playas, hoteles de lujo o grandes cadenas, sino de la esencia verdadera de este estado: su gente, sus comunidades, su raíz profunda que es maya.
Y es que con la presentación del Catálogo de Experiencias Turísticas del Mundo Maya, respaldado nada más y nada menos que por la Unesco, se manda un mensaje político claro: los pueblos que durante siglos fueron olvidados ahora se convierten en protagonistas del desarrollo.
Yo no lo veo como un acto más de Gobierno, sino como un paso simbólico de justicia social. Porque cuando Mara Lezama habla de que los habitantes ya no serán espectadores, sino actores centrales del turismo, está reconociendo lo que por décadas se le negó al pueblo maya, el derecho de contar su propia historia y de beneficiarse con ella.
Detrás de este anuncio no hay sólo folletos coloridos ni discursos oficiales, hay un giro de fondo. Porque se acabó la visión de que el turismo es exclusivo de Cancún, de la Riviera Maya o de los grandes resorts.
Ahora se abre el panorama a la cueva de las serpientes en Kantemó, al bordado de las mujeres de Xpichil, a la música del Mayapax en Tihosuco, a la milpa viva en Señor. Eso es darle voz a los pueblos y, sobre todo, dignidad.
Lo digo con franqueza: cuántas veces escuchamos que las comunidades indígenas estaban destinadas a vivir en la sombra, sin ser tomadas en cuenta, sin que sus hijos vieran un futuro distinto al de la migración o la pobreza. Hoy, aunque falte mucho, se enciende una luz distinta. El turismo comunitario no es sólo un concepto bonito; es una herramienta de poder, de inclusión, de reconocimiento.
El mensaje político que envía Quintana Roo con este catálogo es poderoso. Se acabó la visión centralista y elitista que hacía del turismo un negocio para pocos.
Ahora se habla de prosperidad compartida. Se habla de que las mujeres mayas, con sus manos laboriosas, no sólo tejen huipiles, sino también el futuro de sus comunidades. Se habla de que los jóvenes ya no sólo migran, sino que pueden ser guías, músicos, guardianes de su cultura.
Yo quiero detenerme en algo: que este catálogo tenga el respaldo de la Unesco no es un detalle menor. Es la certificación de que lo que aquí se hace tiene valor mundial. Y en política, ese sello es también un blindaje. Porque no será fácil para ningún futuro Gobierno darle la espalda a un proyecto que ya tiene los ojos del mundo encima.
Claro, no podemos ser ingenuos. El reto es enorme. Falta infraestructura, falta capacitación, falta garantizar que la derrama económica llegue verdaderamente a la gente y no se quede en manos de intermediarios. Pero el primer paso ya se dio, y es histórico. El pueblo maya, tantas veces usado como adorno en campañas turísticas, ahora tiene un espacio propio, reconocido y respaldado.
Y aquí está lo que más me conmueve: se trata de un acto de justicia histórica. En Tihosuco, tierra marcada por la Guerra de Castas, se presentó este catálogo. ¿Se dan cuenta del simbolismo? Donde antes hubo lucha, despojo y resistencia, hoy se habla de inclusión, de orgullo y de futuro. Ese es el mensaje profundo que muchos quizá no captan, pero que para mí es clarísimo.
Mara Lezama no sólo está presentando un catálogo; está marcando un antes y un después en la manera de entender el turismo. Está diciendo que el corazón de Quintana Roo no está sólo en sus playas, sino en sus comunidades mayas. Y esa es una apuesta política arriesgada, valiente y necesaria.
El reto, insisto, será sostenerlo. Que no se quede en un bonito discurso ni en un catálogo que acumule polvo en la web. Que la prosperidad compartida se sienta en cada comunidad, en cada familia, en cada niño que vea en el turismo comunitario una oportunidad de vida.
Hoy puedo decirlo sin exagerar: Quintana Roo no sólo es pionero en turismo de sol y playa, ahora se convierte en pionero en turismo comunitario. Y si este modelo se mantiene, será ejemplo para todo México. Porque cuando la política se pone al servicio del pueblo, cuando los olvidados se vuelven protagonistas, cuando la cultura se convierte en motor económico, entonces sí podemos hablar de transformación verdadera.