La historia de José María Morelos se cuenta dignamente

“Sin importar el tamaño del pueblo donde nacen los hombres y mujeres, ellos, son finalmente del tamaño de su obra, del tamaño de engrandecer y enriquecer a sus hermanos”, pronunció alguna vez el generalísimo Ignacio Allende, esto, se refleja en los hombres y mujeres, que, procedentes de diversos puntos, fundaron hace más de 70 años, la que hoy es pujante cabecera municipal de José María Morelos

La génesis de José María Morelos se adereza con historias, narrativa de quienes fueron testigos de los primeros años de la población precedida por aquel campamento chiclero.

Una de esas historias, es la que cuenta Gabriel Blanco, sobre cómo en 1953, su padre don Joaquín Blanco Eb, llegó a la entonces naciente población del Kilómetro 50 para establecerse, en aquella época, solo, había unas cuántas chozas en derredor de lo que hoy es el centro.

“Entonces, él, eventualmente venía y se quedaba aquí a trabajar, un tiempo, así, así, hasta que, por fin, su mamá le dijo, mi abuela, le dijo que por qué no viniera a vivir, fue que se decidió a vender el rancho, entonces, llegan y empiezan a buscar terreno cerca del centro y, mi mamá le dijo: No quiero una casa cerca del centro, búscame más retirado, por el monte, porque a mí me gustan los animales”, dijo.

En la memoria de don Gabriel, se agolpan frescos los recuerdos de su padre, de mil oficios, entre los que destaca la extracción del látex de chicozapote.

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La historia de José María Morelos se cuenta dignamente

“Cuando empecé a ser muchachito de 13, 14 años, empecé a practicar el chicle, entonces, cuando tuve como 13 años, 14 años, yo, le dije, vamos a chiclear y nos fuimos en los montes, en los ejidos de, en aquel entonces, Kilómetro 50, nos fuimos a chiclear al monte, me enseñó a chiclear y estuve chicleando junto con él”, comentó.

Aquellos años, cuando Quintana Roo era aún territorio federal y se construía la carretera Peto-Chetumal o, cuando la selva era densa y proveía los durmientes para mantenimiento de vías férreas.

“Entonces, yo me apegué mucho con él, trabajamos terracería, cuando Luis Echeverría, después, posteriormente, entramos a cortar durmientes, yo corté durmientes con él, me enseñó a cortar durmientes, era durmientero él”, dijo.

Los pueblos son obra de sus habitantes y, aquellos pobladores primigenios de lo que hoy es José María Morelos, construyeron con sus manos las primeras escuelas, trazaron las primeras calles, cavaron para introducir las líneas de la red de agua potable, porque había sentido de comunidad.

“Como era un pueblito que estaba iniciando todo era faena, entonces, nos citaban a limpiar calles, o citaban a rellenar calles, no había otra cosa que hacer, y, cuando en la escuela se tenía que hacer algún trabajo, nos citaban y tenían que ir a cooperar haciendo algún trabajo en la escuela”, agregó.

El cuerpo de don Joaquín, ya cansado por sus casi 97 años de trabajo incesante, dejó el mundo terrenal en junio de este año, pero, su recuerdo pervive en la memoria de quienes lo vieron como chiclero, durmientero, campesino, incluso, barriendo las calles como trabajador de servicios públicos municipales o, también como tricitaxista al ser de los fundadores de este medio de transporte, así, de ese tamaño, son las historias que se cuentan en José María Morelos, del tamaño de hombres y mujeres que de la nada, fundaron una ciudad.

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